sábado, 22 de diciembre de 2012

Esto nunca será un cuento de hadas

Cuan frágil es el ser humano.
Llega al mundo con un llanto constante que sale de su pequeño pecho, un mundo que él no ha podido elegir. No se dará cuenta del caos que lo rodea hasta que ese caos lo inunde, conquista llevada a cabo por sentimientos que muy pocos consiguieron vencer. Desde ese preciso momento, él mismo se transforma en su mayor traidor, en su gran enemigo, principalmente por un pequeño pero relevante motivo: hará siempre lo que su razón le dicte, sin saber que vive para sentir, no para actuar como si de un robot se tratase. Sentir la vida, he aquí la cuestión. La mente, recolectora de conocimientos derivados de la experiencia en su mayoría, puede hacer el bien al parar sus impulsos y hacerle razonar, pero posee un fallo innato en su fabricación: frena su espíritu, lo encarcela en una jaula cuya llave parece estar demasiado lejos para que sus cortos brazos la alcancen.
En sus manos está ahora decidir si seguir en esa prisión de rutinas, horarios marcados e inamovibles, y una paleta de colores grises; o estirar sus extremidades hasta que crujan, mover las manos desesperadas para lograr recuperarla y abrir la puerta, la puerta hacia la vida, la aventura, los descubrimientos, la lucha constante hacia la felicidad. Sentir la vida sin barreras.

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