martes, 28 de enero de 2014

Un balcón apoyado en una escalera.
Un balcón sin sombra que maldice los sanitarios
sucios
amarillos
como los humanos.

Quizá la tierra sea débil porque la azotamos con el látex de nuestras cadenas.
Quizá usamos cremalleras para ocultar la fealdad de las miradas.

Un balcón devorando un ciervo.
Un balcón sin sombra que desea alcanzar el horizonte con su frente
sucia
amarilla
como los sanitarios.

Resulta el dolor de la ciudad.
Es la escalera una huérfana de luz.
encerrada en el pecho, la sangre huele a hierba.
es verde mi piel bajo la tela que cubre solsticios de leche,
piedras de mar,
rugido apelmazado en los muslos.
tapo mi rostro para que no descifren el código del que está hecha:
es cruda
como los moluscos cuando cantan y saben que ha llegado la Hora.
no quiero que los otros toquen mis escamas
aunque me asfixia la soledad de la pared rojiza,
de la ciudad desnuda,
de la espuma brotando sin cesar de la grieta encerrada en el pecho
que sabe a sombra.
pienso en mirar hacia atrás para comprobar si sigo ahí sentada
en el rincón claroscuro de todas las estrellas rotas,
pero me retiro
me ardo
me duelo en nostalgias.
es flácida la carne cuando los agujeros empiezan a ganarle terreno a la salud.
a la salud mental.
a las voces que no deberían hablar.

lunes, 27 de enero de 2014

Mi corazón casi voló por los aires

No hay luz ni destello suficiente para borrar esa imagen de mis sesos.
Primavera.
Las flores ardían bajo un sol desprovisto de amor.
El albero levantaba sus brazos para atrapar los pies de los recién concebidos.
La atmósfera,
inmóvil.
Primavera.
Una mesa llena de bocas.
Dedos infantiles sobre ella.
Dedos que nombraban sin tocar.
Dedos disfrazados de inocencia,
señalando mi ombligo aunque no lo vieran.

Las comisuras me llamaban
a la vez que se entreabrían en besos de metal.
Mi cuerpo comenzó a acariciar el riesgo,
posó su relieve de marfil
[su dilatada y virgen figura,
su carne rosada deseando de explotar]
sobre la lava ardiente de lágrimas
que a pocos centímetros lo deseaba.

Las bocas se tornaron ciclones de ojos vidriosos.
Los ciclones se secaron
y de ellos brotaron sonrisas
rojas.
brillantes.
apelmazadas en mi ropa
en mi piel
en el vacío fondo de mis enredos.

Una huella de tierra amarga me daba la espalda
y el hilo que llevaba arrastrando pisó mi sombra.
Recorriendo mis brazos bajo el agua del grifo
una mujer blanca,
de ropa blanca,
de mirada blanca,
posaba su histeria sobre mi cabeza.
Llegaron dos pitones y se enroscaron en mi corazón.

No hay luz ni destello suficiente para borrar esa imagen de mis sesos.

Primavera.
Cuando las tijeras bailaban al ritmo de los capullos enamorados
y a mí se me cayeron todos los antojos de la niñez.

domingo, 26 de enero de 2014

Receta: dos amapolas para vernos mejor

Tomamos dos amapolas entre nuestros pómulos
y fruncimos el alma hasta que los extremos se unan.
Con los dos polos en posición paralela,
procedemos a situarnos frente a un punto fijo.
Comprobaremos entonces que dos capullos están floreciendo.
Dos capullos líquidos que hacen malabares por abrirse en canal,
en beso al aire,
en aliento volátil.
Ahora es cuando se debe verter, a partes iguales,
porciones generosas de luz y sombra,
para que cada día los capullos se rieguen con la realidad
de un bodegón en continua muerte.
Al fragmentarse los capullos por la mitad,
llegada la edad adulta,
podremos comprobar cuántos cajones tienen.
Cada uno con una semilla en su interior.
Semillas dispuestas a crear un invernadero en nuestros mimados cuerpos de azufre,
pero también ennegrecidos por el humus que despedimos al reflejarnos en los espejos.
Guardar el equilibrio boca arriba respecto al mar de alfileres pensantes
es el siguiente paso.
Invertir los sentidos de forma que el número no sea 5,
no sea número,
no sean
para empezar a ser.
Calibrar la posición certera en la que las esquinas se rocen
pero que nunca
se
devoren,
el último paso.
Llamaremos ojos a esas futuras amapolas,
evitando así que el otoño quiera podarlas de raíz.

sábado, 25 de enero de 2014

Ahora duermo con un revólver incrustado en la espalda

Papá dejó de hablar un día mientras yo aún era un animal.
Como cada mañana, inclinó su cabeza hacia el lavabo
y entreabrió los labios para respirar hondo antes de despegarse los sueños.
De repente, un crujir de saliva reventó mis tímpanos.
Su garganta se estaba abriendo paso por su cuello con prisa
a contrarreloj
sin aliento
dura
y
húmeda.
Quedó él curvado frente al mármol blanco y frío,
repleto de palabras muertas con las tripas hacia fuera.
La garganta [que ya no era su garganta] puso erguido su cuerpo gelatinoso,
miró al ser que fue hogar durante tantas décadas
y sumergió su sombra en el camino destino cloaca o mar.
Fue entonces cuando el color rojo de mis oídos camufló la palidez del baño,
la palidez de papá,
la palidez de todas las palabras.
Desde aquella mañana,
la casa fue jaula,
el jardín un cementerio,
los pájaros unos asesinos,
la náusea una compañera,
el cielo otro cuento más.
Desde aquella mañana mis amigos comenzaron a ser imaginarios,
imaginarios de huesos celestes que se vestían con caracolas y espejos
y yo me reía con ellos
pero no podía oírme.
No podía.


lunes, 13 de enero de 2014

Nos vestimos de universo.

Hablemos de un cielo hecho de sangre.
Tumbados boca abajo junto al infinito
arrugado en su juventud más perfecta
sonriendo desde la vejez dulce de los dientes de leche.

Las nubes con venas de cristal.
Míralas, se les ven los estómagos desde aquí arriba.
La forma melancólica de los sedientos de vida.
En sus párpados, el sostén de carne
que mantiene unida toda la ira de nuestros ídolos.

Distante, el Sol
es un hueco en la nuca
con auras como brazos tendidos hacia las estrellas,
es un dedo apuntando lejos enterrado en el mar,
es un nosotros reflejado en caras desfiguradas por el tacto de la tierra.

Más allá, esos mamíferos
que arrastran su sudor por el pavimento,
enroscados en palabras los cuellos,
los ojos abandonando las órbitas cuando el tiempo les intercepta el alimento,
cuando el papel baila y el metal se adentra en sus espinas dorsales,
cuando el allanamiento de morada
es desgajar hasta el abismo un pecho abandonado
y dejarlo abierto para que aniden los cuervos.

Más allá, esos mamíferos
que nadan en la inercia,
que callan por no hablar con la boca medio llena,
medio vacíos de oxígeno,
y repletos de más eco que verbos.

Míralos cómo se destruyen entre ellos
rompiendo sus cuernos
contra una pared de cemento que ríe ante sus hocicos.
¿Puedes alcanzar a observar que todos empujan y arrastran,
y levantan y sostienen,
pero ninguno araña, muerde o habla?

No hablar.
No hablar.
No hablar.

No quiero ser Mamífero.
Ni generalidad.
Ni masa.
He decidido no inclinar mi cabeza,
no dejar que las rocas tiñan hasta mis cabellos
usando sus bilis contra mi cuerpo,
no beber de la leche tibia de los reyes petrificados.

Ser pólvora.
Ser aire.
Ser un Ser.

Hablemos de un cielo hecho de sangre
donde todos duermen
y solo los espejos se visten con sus mejores alas
para volar
más allá
de fronteras invisibles.

domingo, 12 de enero de 2014

Crónica de un bombardeo.

No llegó el ruido a ser incienso.
La madre que habitaba su vientre absorbió losas a latigazos
vestidos entallados
cremalleras que se cerraban solapando la carne muerta.

Silencio.
Encerrado en un reloj.
Cristal,
como la piel.
La piel flácida de los domingos de barro.
El canto dormido.            Puños cerrados.
Hiedra por montañas de huesos.       Puertas hacia el fuego.
Sudor.  Muslos.  Contracciones.
Conductos que cruzan labios en el interior.
Explosión.
Silencio.

La madre tapaba sus oídos,
separados por niños como ventanas al vacío.
La madre tapaba su boca,
sus senos,
su vagina.
Aporreaban ladrillos con voces ultravioletas.
Los otros.

El óxido rozó la garganta con la corriente de la espuma salada.
La espuma ajena al cuerpo.
La espuma negra de olor a animales melancólicos.

No llegó el ruido a ser incienso.
La casa quemó su estómago.
Los dientes.  Las uñas.  Las memorias.
Ya no.

sábado, 11 de enero de 2014

Síndrome cíclico

Retroceder a la grieta fija en el suelo.
En el suelo la grieta fija que mira sin ojos un cielo de carne.
De carne son las orillas del mar cuando regresan sus espinas al estómago de donde eclosionaron.
Eclosionaron las garzas en aves de paso.
De paso comen de mis venas las aves y fingen ser vuelo en mitad del olvido.
El olvido me cubre.
El olvido me empuja.
El olvido bebe mis flujos.
El olvido olvida que es olvido y comienza a besarme la espalda.
Retroceder a la grieta fija en el suelo.

No hay aura ya

Les faltan los sesos.
A los pájaros.
Los llevan colgando de las alas.

Quizá por eso tuercen
sus ojos al volar.
Quizá por eso viven
con alambres en las piernas.

Les faltan y no gimen.
Les faltan y los añoran.
Les faltan y las plumas se hacen rama.

Y se curvan sus bocas al caer
rodando la ladera de sus vértebras.
Y son peces que elevan raíces hacia la frente del alba.

Cuidado, las equinas oyen.
Cuidado, las esquinas golpean.
Cuidado, las esquinas son el pasado con pestañas de cemento.


Les faltan a todos los sesos
y el pensamiento es un lugar vacío
de respiraciones. 

Les faltan los sesos.
A los humanos.
Los llevan bajo sus pies.

Quizá por eso el cielo es de hielo.
Quizá por eso reflejan fantasmas.

Les faltan y gimen.
Les faltan y no los añoran.
Les faltan y las piernas se hacen alambres.

Y se enredan los cabellos con las hojas muertas.
Y el pulso se congela en el vapor de un suspiro.


Cuidado, el suelo arde.
Cuidado, las alas no duermen.
Cuidado, los pájaros picotean los sesos tendidos en el jardín.

Efecto de digerir flores marchitas.

Veo caras en el techo.
Allá, junto a la luz que sangran las bombillas.
Sonríen
sus dientes al verme
a mí también.
Yo les hablo de mis espinas.
Ellas lloran
y se vuelven del revés,
formando globos oculares nostálgicos.
Me llueven.
Son caras hipocondríacas.

viernes, 10 de enero de 2014

Sucesión de ecos

Los cachorros me crecen en el pecho los filtros del cielo clavan sus uñas en mi vientre no hay Sol en mi rostro que tape la aurora de sombras frío el suelo bajo mi espalda rozan los ojos el filo del trueno y se rompen las rodillas los sapos abandonados los planetas en su inerte flotar cansan las hojas que no lloran cuando las ramas maman de la leche tibia de las estrellas un suspiro retrocede en la garganta y sale disparado una bala se inserta en la placa del corazón el hierro muere retorcido entre el óxido los cachorros perecen en mi pecho.

jueves, 9 de enero de 2014

Sin piel suficiente.

Primero.
Un zumbido.
El ruido atroz de la ciudad sobre vientres de látex.
La separación definitiva de los cristales.
Espacios de alas derrotadas por el tiempo.
Amapolas.
De acuarelas las pupilas.
El agua, las ventanas.

Luego.
Inundación de vacío en el lóbulo frontal.
Sumidero de alfileres.
Crisálidas.
Se encienden.
Los animales.
Y todo parece ser el efecto de esperar:
lento el silencio que avanza por las tuberías,
hinchadas en besos de cloaca.

El moho.
El vaho.
Los labios encharcados de palabras huecas.
Como nosotros sin lluvia.
Mojados por dentro.
Las margaritas, mientras...
Los horizontes.
Los nombres.
Desnudos.
Desnudos asfixiantes.
No hay telón que nos resguarde de nuestros fantasmas.

domingo, 5 de enero de 2014

Binomiales

El cuerpo solo es una baldosa que, al pisarla,
hunde su materia en la Nada.
El vaho se deshace entre sus células,
que forman la piel de laberinto que la une a sí misma,
y va sorbiendo los trozos de gloria que le quedan
en su corona oxidada.

Los brazos podrán rodear mares lejanos
de toda civilización humana
mientras que las miradas revolotean alrededor de la miel,
que es la vida enfrascada en nuestras fronteras,
como las manos que tocan las teclas exactas para despertar suspiros
(de dolor o de placer)
en otros seres.
Los pies serán capaces de salvar el abismo más insoportable
y volver a construirlo desde cimientos de arena,
de la misma forma que el aire podrá besarse con unos labios
desgastados de tanto asesinar corazones.

Pero el alma
es la brújula que nuestras huellas jamás podrán grabar,
el cielo dentro de nuestro pecho
repleto antes por venas y animales,
aquel resorte que deja a un lado el hambre
e inclina la cabeza frente a la sombra de la noche eterna.

El lago inunda la tierra y los gatos lloran,
la ciudad no es abrigo,
pero nuestro centro permanece seco bajo las estrellas.
Los alfileres duelen, igual que los recuerdos,
y de aquello que vimos no escapamos jamás,
a pesar de los golpes al viento.
Los chasquidos suenan
a lo lejos
poco a poco
se acercan.
Pasos
pasos
pasos
caminan
en el interior.
Dentro,
más allá de las palabras,
la voz es libre y eterna y somos
(y seremos).


Ahora es ala, hierba, letra, calma, fuego.
No pisada ya, ni reloj, ni resta, ni olor a humedad sobre la espalda.

Ayer fueron barrotes de carne, camas vacías, escarcha en la falda,
cigarros como dedos que señalan y miran e interrogan y se marchan.

Hoy
Anarquía.

Unos minutos

Cada día, unos minutos de miedo me recorren la espalda.
Posan en mí la tristeza de la nieve
las faldas de las miradas que no van más allá del adiós
los truenos que fingen ser gemidos en mitad de la sombra
la velocidad con que sonreímos todos de ignorancia.

Cada día me consumo en respuestas sin preguntas
que anidan en mis piernas buscando el consuelo
del ciervo herido de vida.
Por las manos se me van subiendo las hormigas de olvido,
pequeñas y sutiles,
como la caricia de un aleteo;
hacen de mis muñecas su hogar
comen de mi piel sin flores sin agua
y trabajan la dura coraza de hierro
que es mi alma.

El miedo a esa otra que nace que crece que se reproduce pero que no muere
pues está dentro de mí
aunque yo la sienta fuera,
a ella
que llora para salpicar el cielo de dudas
mientras me desenredo las cadenas del pelo,
a ella
que da de mamar a las astillas cuando la luz
le da la espalda,
a ella que pinta el infinito con sus pies
sin huellas.

Cada día mi reflejo me retira el saludo y esconde en sus bolsillos la llave
que oculta mi Todo,
cada día es negro el vestido de mi cuerpo
durante unos minutos
en los que solo soy una ciega que ve a través de mis propias ventanas
y el miedo acecha
pero la lluvia no empapa.