domingo, 26 de enero de 2014

Receta: dos amapolas para vernos mejor

Tomamos dos amapolas entre nuestros pómulos
y fruncimos el alma hasta que los extremos se unan.
Con los dos polos en posición paralela,
procedemos a situarnos frente a un punto fijo.
Comprobaremos entonces que dos capullos están floreciendo.
Dos capullos líquidos que hacen malabares por abrirse en canal,
en beso al aire,
en aliento volátil.
Ahora es cuando se debe verter, a partes iguales,
porciones generosas de luz y sombra,
para que cada día los capullos se rieguen con la realidad
de un bodegón en continua muerte.
Al fragmentarse los capullos por la mitad,
llegada la edad adulta,
podremos comprobar cuántos cajones tienen.
Cada uno con una semilla en su interior.
Semillas dispuestas a crear un invernadero en nuestros mimados cuerpos de azufre,
pero también ennegrecidos por el humus que despedimos al reflejarnos en los espejos.
Guardar el equilibrio boca arriba respecto al mar de alfileres pensantes
es el siguiente paso.
Invertir los sentidos de forma que el número no sea 5,
no sea número,
no sean
para empezar a ser.
Calibrar la posición certera en la que las esquinas se rocen
pero que nunca
se
devoren,
el último paso.
Llamaremos ojos a esas futuras amapolas,
evitando así que el otoño quiera podarlas de raíz.

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