martes, 30 de abril de 2013

No dejes nunca de soñar, niña.

Se arrodillaba porque le daban miedo las alturas, no quería estar tan cerca de las estrellas, no fuera que le devolviesen su mala suerte en el juego.
Desde esa distancia, la Luna parecía más grande que su pulgar y su cara se iluminaba con el brillo de los sueños  que quedaban pendientes por conseguir, anotados todos en su apreciado cuaderno rojo el cual guardaba con cautela férrea en el cajón de su dulce cómoda de niña buena, de muñeca de porcelana.
Inocente, todavía no sabía que el cielo la acabaría por adentrar en sus ondulantes mareas, haciéndola rodar con el vertiginoso ritmo de sus movimientos desacompasados, devolviéndole sus cartas marcadas y sus caprichos de chica mimada, condenándola a enfrentarse, sin peluches que agarrar, a la magnitud de esta travesía que es, al fin y al cabo, la vida.
Pequeña y frágil criatura, levanta y camina sin pudor, enséñales a todos que tus ganas pueden derribar montañas y secar ríos, y frenar la potencia de una cascada y la intensidad de un terremoto. Soñadora y tierna, muestra de qué material estás hecha: estaño recubierto de fino algodón. Que no te tengan por loca cuando hables con las nubes de tus derrotas y tus metas. Que crean que tienes un don. Que sepan que eres y que seguirás siendo la misma dibujante de historias que una vez soñó con ganarle un pulso al Sol y robarle un beso al fuego.
No tengas más miedo a las alturas. Se acabó el vértigo. Ahora eres tú, niña, la que tiene que pisar fuerte su camino y labrar su historia sobre piedras y sobre rosas. No mires a las serpientes si no tienes algo interesante que decirles. No pares para oler las flores secas del camino. Destruye todo aquel indicio de duda y ahógalo todo en tu frescura y tu sencillez.
Sé libre, sé auténtica, sé fuerte, sé valiente, pero, por favor, sigue siendo niña. Que no llegue el punto final de tu cuento de hadas hasta que tú elijas que estas paren de cantar para ti. Que no abandone la sonrisa tu cara ni el color tus mejillas. Ni ese brillo de esperanza tus ojos ni ese carácter de mariposa pispireta tu espíritu.
Sigue siendo, a pesar de los años y los tropiezos, aquella que se acostaba en el regazo de su abuela con la ilusión de ver amanecer un nuevo día, un próximo comienzo. No sucumbas jamás a las malas hierbas y la tierra yerma, a las espinas que se te enreden en los rizos o los pájaros de mal canto. Te lo ruego, manten tu corazón joven y tu luz interior para siempre, niña.
Haz de tu inocencia una bandera y de tu alegría una forma de vida. Da color a este negro mundo de sombras y pon fin a esta pobreza de sociedad decadente. Sueña despierta y no tengas los pies fríos, mantente alejada de las apariencias y rechaza manzanas rojas.
Dulce, risueña, soñadora, audaz, graciosa, vital, esencial. Sigue siendo niña a pesar de ser ya cana y del peso de las arrugas en la piel. No te marchites nunca porque tú eres como el rocío de la mañana y lo seguirás siendo hasta que yo, y todos los que tuvieron el honor de conocerte, te recuerden.
Ángel que se eleva sobre las nubes oscuras y juega al escondite con los ruiseñores, buscando la primavera entre los copos de nieve. Niña, juega toda la vida a cazar sonrisas y ganar batallas contra dragones. No dejes que te corten las alas.
Preciosa flor entre una flora espectante por ti. Flor salvaje entre un mar de colores e ilusiones.
Única entre lo común, original entre lo aburrido, enérgica entre lo dormido. No te canses jamás de ser tú, niña. Álzate sobre el mundo con tu risa y gana la lucha contra el tiempo. Continúa siendo niña, siendo tú; firma con el brillo de tus ojos el comienzo de tu historia sin final.

jueves, 25 de abril de 2013

Bienvenido al mundo de los adultos.

Siempre creí que con las sombras jugaban las manos marchitas de los sueños que se quedaron desperdigados por el camino. Trozos oscuros de realidad que se congelan en objetos, difuminando el caos y haciéndolo más nítido, porque lo real no es solo todo aquello que percibimos, no es todo lo reflejado por la luz.
Hay seres bañados en negrura, seres repletos de serrín y otros en los que anidan golondrinas de vuelo bajo y rápido. Todos ellos se refugian en tras muros de ladrillos sólidos y se hacen creer que la vida es estática porque los sueños se fueron junto con la primavera de sus vidas.
Gris sobre más gris y negro sobre negro, se ahoga el blanco entre tanta sombra y entre tanta esperanza callada de las masas que van y vienen por las calles sin nombre; que van y vienen por los recobecos de afiladas aceras, dando tumbos cual borrachos de miedo.
Los sueños se esconden en los seres que los piensan, refugiándose en pequeños huecos de trasluz para así intentar calentar sus espaldas desprovistas de capas doradas.
Ya de nada les sirve ser brillantes pues nadie los recuerda. Esos niños que antaño suspiraban por ser personas y esos jóvenes que gritaban por la libertad se fueron hace mucho, abandonando viejas metas que hoy permanecen desdibujadas en el terreno árido de sus corazones.
Una masa compacta de hombres negros se acerca cada vez más y ella intenta huir. Aquella joven de dieciocho años es perseguida por esas personas sin miradas brillantes, sin marca de identidad, sin ideales ni principios. Sus pasos tiemblan y se van hundiendo en la nada conforme intenta recordarse a sí misma. La muchedumbre la acecha en cada cruce, en cada casa, en cada voz y en cada tierra. Está condenada a fundirse entre ellos y olvidarse de todo. Condenada cual cerdo a la hora que nace, porque ella también sabía que le llegaría su San Martín, pero no tan pronto.
El silencio se hace cada vez más fuerte y las sombras comienzan a reclamar sus sueños para hacerlos suyos. Ella se resiste e intenta aferrarlos con sus dedos cada vez más maduros, cada vez menos suyos. Tira y afloja.
Se cayó de la cuerda floja y la masa la devoró. Todo vuelve a ser negro y gris, y gris y más negro. Nadie consigue escapar de su destino, ni siquiera los soñadores.

miércoles, 24 de abril de 2013

Nosotros.

Infumables son los versos que mis dedos sangraron por tu eterno amor.
Mi voz se hizo un hueco en las barreras de tu pecho y destrozaron los surcos de cal que asfixiaban tu ser.
Imborrables son las caricias que en tu piel se dibujaban al desearla yo tanto. Con tanto anhelo.
Mis ojos surcaron tus horizontes más recónditos y desentrañaron lo bello bajo lo aparente.
Incontables fueron las veces que en tu voz se oyeron armonías propias de los mismos cielos.
Mi alma quedó doblegada a tu risa, a tu llanto, a tu mal y a tu bien, a tu encanto y a tu pecado.
Insaciable es este amor que nos consume.
Incontrolables son estas llamas que nos adentran en los secretos de un paraíso sin castigo.
Tú, yo, la nada, el todo. Nosotros, al fin y al cabo, nosotros.

Hiriente.

Las rosas se marchitan en los páramos obtusos de mi inconsciente.
Espinas que amenazan con destronar a los fantasmas.
Hiriente.
Lo infinito se desdobla y se reduce a las brasas.
Todo queda pero nada se salva.

Caricias eléctricas.

Soledades que duraron más de una vida.
Lenguas de sal que dejaron la piel yerma.
Queda sesgada la huida.
Todo se presta a la quema.
Caricias eléctricas sobre los labios.

martes, 23 de abril de 2013

Quiso dejar de ser.

Construir una casa en el olvido y ver el mundo pasar ante los ojos sin que la vida salpique. Así abandonó a quien era y fue otro nuevo, más extraño y menos auténtico. Sacar el monstruo que lleva dentro sin temor a que alguna visita lo descubra; ya no hay ojos que miren, ya todo es negro y espeso, y las olas de lo finito le alcanzan más allá de la cintura, de su antigua cintura.
No existe, no queda él dentro de él. No es nadie ni nada. Solo flota en un lugar cualquiera, invisible a los demás.
Ha renunciado a lo que tenía entre sus manos, ahora rotas, por un poco de paz eterna. Y no, no se murió por amor o de pena. Se mató para liberarse de sus cadenas, esas que por mucho que se alzara más le apretaban la sesera y el alma.
Dejó de ser para acabar siendo un desertor, un animal salvaje, un derrotado. Desafió a sus ganas en un combate a hielo y fuego. Se condenó a sí mismo a su peculiar infierno y no rezó plegaria alguna antes de decir adiós. Sin mirar atrás.
Fundido en las sombras que difuminaron para siempre lo que podría haber sido su estela. Dejó de ser para acabar siendo...

domingo, 21 de abril de 2013

La obra de arte mejor amortizada.

El amor no es algo que pueda pagarse en efectivo, sino que más bien genera letras que hay que ir pagando a plazo fijo toda una vida.
Esto me lo enseñaste tú y tomé nota para no correr el riesgo de endeudarme con tus labios o extender un cheque antes de tiempo por miedo a que te fueras.
Para mi desgracia, terminaste por abandonar ese palacio de nácar que construiste con tus manos en mi cama y me dejaste con los bolsillos de mis vaqueros vueltos del revés y sin blanca.
Ahora no tengo ni ganas ni alma para ir al banco a pagar la fianza bajo la cual secuestraste a mi corazón. Ahora estoy haciendo un balance de las pérdidas y las ganancias, y puedo decirte, con la mano en la cuenta bancaria, que valió la pena invertir en algo que no garantizaba altos beneficios, en lo único que jamás conseguí controlar ni entender por la simple contradicción que mi razón me lanzaba: no podía existir en este mundo de números y leyes un cuerpo tan bello bañado por las luces del amanecer, ni unos bostezos tan melódicos en mi almohada, ni esa cara de ángel que ponías mientras dormías apoyado en mis rodillas, ni tampoco unos ojos tan dormidos y felices que me desearan los buenos días cada mañana.
Así que debo confesar que me da igual tener que mudarme a la intemperie de tu espalda ahora que te has librado de mi vida, porque sé que una vez te encerré bajo mis sábanas. Fuiste la obra de arte mejor amortizada.

sábado, 20 de abril de 2013

Tuviste un pase VIP, enhorabuena.

Y aún no sé cómo pude perderte ni qué hice mal para no tenerte. Porque todavía tengo tu olor en aquel vestido que no llegaba a mis rodillas y que a ti te gustaba tanto, y sigo soñando tu boca en cada suspiro.
Quizás ya sea tarde para decirte que todo fue un circo, que no soy aquella tonta enamorada hasta de tus defectos que se sentía incapaz de articular palabra al verte cruzar la calle. Que no sé cómo reventar mi cabeza para sacarte de ella. Que se me hace un nudo en la garganta por tus ojos y tu lengua.
Pero no, a pesar de mi locura no te quiero como el primer día; sería injusto mentirte a estas alturas. Tampoco te guardo rencor por tantas noches que me tuviste en vela, atrapando estrellas para regalártelas.
Ya no tiembla mi corazón al escucharte y mi piel no se vuelve terciopelo al ser rozada por tus dedos.
No, ya no te siento como antes, pero aún te conservo como el primero. Siéntete afortunado de haber tenido pase VIP a mi anhelo.

Se dispararon un "te quiero".

Se despertaron y en sus ojos brillaba el cielo encendido del ayer, cuando las estrellas resplandecían más que en ninguna otra noche.
Tumbados el uno junto al otro, se miraron inconscientemente antes de fijar la vista en la bóveda ahora cenicienta. No existían palabras; no podían decirlo.
En mitad de un huracán se encontraron aquel lluvioso mes de abril, se salvaron el uno al otro y a sí mismos, antes perdidos entre el enjambre de rostros grises que arrastraba la marea del alba.
Cuando colisionaron como dos imanes, se sorprendieron al comprobar que, por vez primera, los polos de la misma fuerza magnética se atraían y que en sus cuerpos se dibujarían marcas para siempre, heridas de guerra que no les importó soportar, cicatrices en relieve que incluso gozaron vestir.
Pero un día, no como otro cualquiera, un rayo cayó y las fuerzas se invirtieron. Ahora eran opuestos. Se miraron con ojos de extraños y no se encontraron. Se gritaron sus nombres hasta quedar sin aliento, se abrazaron para intentar recomponer los cristales rotos de su sentir. Se besaron por si conseguían colocar en su sitio aquellos besos que siempre habían reposado en sus labios.
No lo consiguieron, era demasiado tarde. El Sol se enfrió y la Luna ardió de ira. Se derrumbaron el uno frente al otro, clavando sus rodillas en el suelo mientras esperaban un tiro en la nuca que los rematase.
Se dispararon un "te quiero".

En el baúl

Me miro y vacío. Te miro y nada. Nuestros ojos son ya cavernas oscuras de hondas y profundas soledades.
Tú y yo somos ahora las cáscaras huecas de lo que algún día fue un nosotros, los fantasmas sollozantes de dos niños sin infancia.
Encerrados en el baúl de los sueños frustrados nos encontramos, junto a ese soldado de plomo y esa bailarina que jamás se volvieron a besar. Tal vez nos parezcamos a ellos, quizás todo se acabó hace tiempo y ambos lo quisimos negar, porque existen amores que arrancan el alma y los besos, y el nuestro fue uno de ellos.

miércoles, 17 de abril de 2013

Como mosquitos quemados a lo bonzo.

Una vez me pregunté si el mosquito era tonto por acercarse a las bombillas que, posteriormente, lo quemarían al posarse sobre ella. ¿Qué atracción puede ejercer una luz tan artificial y cegadora para un ser tan minúsculo? Quizás solo se acerque a ella para contemplarla y, al hacerlo, esta lo hipnotice con los chasquidos de su estructura eléctrica hasta hacerle llegar a su cita con una muerte segura. O tal vez, únicamente busque algo diferente, que rompa los moldes de su plano y aburrido mundo; algo con que conversar por las noches para no sentirse solo bajo el gran manto de estrellas que parece no acabar nunca.
Sin embargo, mis dudas se disiparon al momento, al ocurrírseme la idea de que todos llevamos un mosquito dentro, porque nos comportamos como tontos al ansiar estar junto a nuestra bombilla particular, al lado de esa persona que nos abrasa el corazón; es decir, cada uno de nosotros se lanza al vacío cuando aprecia a alguien, a pesar de que ese sujeto no sea recomendable para nuestra salud. Así que no, no creo que los insectos sean tan tontos como aparentan ya que incluso nosotros tropezamos dos veces con el mismo cristal, e incluso tres, pues es cierto que no nos cansamos ante la derrota, no agachamos la cabeza ni siquiera por el hecho de que estamos luchando por algo que no nos pertenece, por algo que no nos corresponderá nunca. Aunque no lo creamos, somos tontos de remate, torpes al confundir la luz del Sol con la proyectada por una simple bombilla, idiotas al chocar múltiples veces con la misma barrera que nos golpea.
El instinto animal nos siempre juega a nuestro favor y nos autodestruye. Somos como bombas o, mejor dicho, como mosquitos que se queman a lo bonzo.

domingo, 14 de abril de 2013

No hables porque ahora quiero escucharte

Quiero que tu corazón me susurre al oído lo que tus labios no se atreven a pronunciar, lo que tu lengua no consigue articular. Tus cuerdas vocales no bastan para mí, no vibran transformando tu sentir en sonidos. Las palabras son mármol bajo el que se esconden los sentimientos, dulces cadenas que esclavizan el corazón. No hables, no. Deja que fluyan por tus poros los latidos del alma. Atrévete a inspirar sueños y espirar miedos. Sal de tu caparazón de hierro y desnúdate lento para mí. Uniremos estrellas con los dedos si no hablas. Zarparemos por esas utopías que nadie se atrevió a hacerlas realidad. Entrégame tu lengua en bandeja de plata, deshazte del yugo de tus palabras y siente. Mueve los labios sin nombrar nada, que jueguen en silencio. Abre tu pecho, tu corazón está harto de ser tan prisionero.

domingo, 7 de abril de 2013

Ave Fénix

Pobre melodía. Se agrietaron sus movimientos en mitad del minué y sus forjadas notas se deshilacharon, manchando el suelo con la tinta negra con la que había sido escrita.
De esos charcos espesos y uniformes, se alzaron finos pies de bailarina que se pusieron de puntillas recordando a la Taglioni. Un auténtico cisne negro, quién lo diría, había nacido en mitad del compás de aquel antro de vanas esperanzas.
Resurgiendo de sus cenizas como el ave Fénix, el cisne desplegó sus alas para levantar el vuelo y, haciendo gala de su gracioso cuerpo, se dejó llevar al cielo, este de un azul osadamente placentero, desafiando a aquellos que creyeron que los mortales no podían volar.

En mitad de este puente que une nuestros corazones

Me adentré en los laberintos profundos de tu ser buscando un refugio de los días negros, perdiéndome entre las olas que me empujaban hacia arriba y hacia abajo de ti.
Sin nada más que mis ganas de encadenarte a mi corazón, exploré tu alma encontrando únicamente huecos vacíos, paredes sin cuadros que colgar.
Los delicados compases de tu pecho marcaban el ritmo de mis pies, y mi aliento entrecortado se colaba por las rendijas de tus labios con ansias de ser eterno.
Mis manos tanteaban el árido terreno, repleto de heridas causadas por las guerras que liberaste en tus lejanas noches a la intemperie de mi cuerpo.
Mis cabellos se engarzaban entre tus dedos, intentando lanzarte el chaleco salvavidas que requería tu espíritu.
El ácido placer que sentía nuestra piel hacía de nosotros finos halos de luz que explotaron el mil sueños, originando un torbellino de inacabables miradas de deseo.
Y aquí, en mitad de este puente que une nuestros corazones nos encontramos mutuamente con el miedo a dar el primer paso, por si alguno de nosotros cae al abismo y se escapa sin los abrazos.

Hay amores

Algunos amores son como bocanadas de fuego que reviven la carne ya marchita. Como el eco de aquel pasado atroz que arrancó el alma de cuajo. Como la sacudida de un terremoto de recuerdos.
Otros son como la hiedra ponzoñosa. Son garras de gas que quitan el aliento. Son hábidos movimientos bajo una negra mortaja.
Como el olvido y la esperanza. Como el odio y la ternura. Como el principio y el final. Hay amores de una dulzura amarga que dejan en los labios sabor de nostalgia, y en las manos el vacío glaciar que estuvo lleno de felicidad y que, con el mecer suave de las olas, se escapa entre los dedos hacia mar adentro para no regresar jamás.

martes, 2 de abril de 2013

El reino de la nada.

Noche cerrada. Estrellas vagabundas. Luna enferma. Amantes sin paraíso. Sol agotado. Tierra fría. La plaga de demencia se apodera de cada rincón del cosmos, haciéndolo suyo en el mismo instante que un niño dejó de sonreír. El reloj se para, el tiempo ya no envejece. Las manecillas que dirigen el todo gimen de placer ante tal desafío a la naturaleza, la cual contraataca con el sacrificio de la vida. Todo cae en el olvido y los dígitos que marcaban el ritmo de los seres se desploman transformándose en arena blanca. Se alza la tregua y el tiempo es sentenciado a prisión. Ahora es su esclavo, su más exigente prisionero. La nada se apodera del Universo.

Sorpresas.

Nunca apagaba la luz por miedo a que los monstruos volvieran y, acurrucada bajo sus sábanas, esperaba la llegada de un nuevo día, de un día que la resucitase o, mejor dicho, de aquel instante que le otorgase la vida. Fue entonces cuando la bombilla tembló y se fundieron las reglas preestablecidas. Un monstruo le devolvió las ganas de volar. Sin saberlo, estaba viva.

Ángeles infinitos.

Y se declaró el Estado de Guerra en sus corazones por culpa de tanta mierda arrojada desde el pasado. Siguieron sus anteriores caminos tras mirarse en el fondo del alma con inquina. Sin echar la vista atrás, dibujaron sobre sus cabezas el yugo de un mundo que amenazaba con aplastarles. Ese mundo que crearon con sus propios sentimientos, con sus sueños, con sus logros y sus derrotas, con sus luchas, con su amor. Allí se vieron nacer ángeles que ahora caían a la Tierra, haciendo de ella un cementerio para un futuro frustrado. Pero estos seres etereos maldijeron a sus creadores y los odiaron, saliendo de sus entrañas otros ángeles nuevos, estos de alas y alma negras, enteramente de venganza eterna. Deseosos de sangre, unieron bajo fianza a los antiguos amantes, encadenándolos a sus anteriores alas y lanzándolos al cielo donde, una vez más, se sumergieron en las aguas de un amor imposible.

Mujer fatal.

Terror a serlo todo y dejar de ser alguien. Miedo a seguir o a pararse. Escalofrío ante el pasado y el futuro. Calavera de una vida que ya fue pero que quiso continuar siendo. Jugador sentenciado por sus cartas. Pirata de nacimiento. Mendigo de besos. Boca de fresa como antifaz de la destrucción total. Cara de ángel con sombra mortal. La mayor perdición de los hombres sin alma alguna a la que aferrarse. Violín disonante. Baile de turbias aguas con reflejos de Sol. Todos vivían por conseguirla, pero ella prefería no bajarse de sus tacones a no ser que fuera para matar corazones.

Veneno letal.

Lengua de fina aguja tienes. Enervando mi espíritu hasta enterrarlo bajo la cólera. Cuchilla de plata que lanza llamaradas de palabras. Sin escudo tras el cual protegerme, tus frases van picoteando mi piel, haciendo de ella algo parecido a un tablero de ajedrez en el que muere hasta la última reina. Sombras y suicidios de peones cuando estás. Resucitan todos cuando das la vuelta a tu mirada. Siempre en el centro de la diana me sitúas y todo tú te concentras para escupir flechas en el lugar certero. Me atraviesas los huesos hasta llegar a mis sueños, rompiéndolos y sepultándolos con el polvo de mis miedos. Cuando te aburre hacer budú, tus ojos vagan por otros mundos buscando nuevos métodos de tortura. Continúan su búsqueda siguiendo tu brújula de sangre y terror hasta encontrar el veneno letal que siempre anhelaste incluir en tu colección: el abandono. Fue entonces cuando declaraste en ruinas mi cuerpo y desahuciaste mi corazón. Entre mis costillas, las arañas tejen sus más hermosas telas de transparente sufrimiento.