martes, 23 de abril de 2013

Quiso dejar de ser.

Construir una casa en el olvido y ver el mundo pasar ante los ojos sin que la vida salpique. Así abandonó a quien era y fue otro nuevo, más extraño y menos auténtico. Sacar el monstruo que lleva dentro sin temor a que alguna visita lo descubra; ya no hay ojos que miren, ya todo es negro y espeso, y las olas de lo finito le alcanzan más allá de la cintura, de su antigua cintura.
No existe, no queda él dentro de él. No es nadie ni nada. Solo flota en un lugar cualquiera, invisible a los demás.
Ha renunciado a lo que tenía entre sus manos, ahora rotas, por un poco de paz eterna. Y no, no se murió por amor o de pena. Se mató para liberarse de sus cadenas, esas que por mucho que se alzara más le apretaban la sesera y el alma.
Dejó de ser para acabar siendo un desertor, un animal salvaje, un derrotado. Desafió a sus ganas en un combate a hielo y fuego. Se condenó a sí mismo a su peculiar infierno y no rezó plegaria alguna antes de decir adiós. Sin mirar atrás.
Fundido en las sombras que difuminaron para siempre lo que podría haber sido su estela. Dejó de ser para acabar siendo...

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