miércoles, 17 de abril de 2013

Como mosquitos quemados a lo bonzo.

Una vez me pregunté si el mosquito era tonto por acercarse a las bombillas que, posteriormente, lo quemarían al posarse sobre ella. ¿Qué atracción puede ejercer una luz tan artificial y cegadora para un ser tan minúsculo? Quizás solo se acerque a ella para contemplarla y, al hacerlo, esta lo hipnotice con los chasquidos de su estructura eléctrica hasta hacerle llegar a su cita con una muerte segura. O tal vez, únicamente busque algo diferente, que rompa los moldes de su plano y aburrido mundo; algo con que conversar por las noches para no sentirse solo bajo el gran manto de estrellas que parece no acabar nunca.
Sin embargo, mis dudas se disiparon al momento, al ocurrírseme la idea de que todos llevamos un mosquito dentro, porque nos comportamos como tontos al ansiar estar junto a nuestra bombilla particular, al lado de esa persona que nos abrasa el corazón; es decir, cada uno de nosotros se lanza al vacío cuando aprecia a alguien, a pesar de que ese sujeto no sea recomendable para nuestra salud. Así que no, no creo que los insectos sean tan tontos como aparentan ya que incluso nosotros tropezamos dos veces con el mismo cristal, e incluso tres, pues es cierto que no nos cansamos ante la derrota, no agachamos la cabeza ni siquiera por el hecho de que estamos luchando por algo que no nos pertenece, por algo que no nos corresponderá nunca. Aunque no lo creamos, somos tontos de remate, torpes al confundir la luz del Sol con la proyectada por una simple bombilla, idiotas al chocar múltiples veces con la misma barrera que nos golpea.
El instinto animal nos siempre juega a nuestro favor y nos autodestruye. Somos como bombas o, mejor dicho, como mosquitos que se queman a lo bonzo.

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