domingo, 5 de enero de 2014

Binomiales

El cuerpo solo es una baldosa que, al pisarla,
hunde su materia en la Nada.
El vaho se deshace entre sus células,
que forman la piel de laberinto que la une a sí misma,
y va sorbiendo los trozos de gloria que le quedan
en su corona oxidada.

Los brazos podrán rodear mares lejanos
de toda civilización humana
mientras que las miradas revolotean alrededor de la miel,
que es la vida enfrascada en nuestras fronteras,
como las manos que tocan las teclas exactas para despertar suspiros
(de dolor o de placer)
en otros seres.
Los pies serán capaces de salvar el abismo más insoportable
y volver a construirlo desde cimientos de arena,
de la misma forma que el aire podrá besarse con unos labios
desgastados de tanto asesinar corazones.

Pero el alma
es la brújula que nuestras huellas jamás podrán grabar,
el cielo dentro de nuestro pecho
repleto antes por venas y animales,
aquel resorte que deja a un lado el hambre
e inclina la cabeza frente a la sombra de la noche eterna.

El lago inunda la tierra y los gatos lloran,
la ciudad no es abrigo,
pero nuestro centro permanece seco bajo las estrellas.
Los alfileres duelen, igual que los recuerdos,
y de aquello que vimos no escapamos jamás,
a pesar de los golpes al viento.
Los chasquidos suenan
a lo lejos
poco a poco
se acercan.
Pasos
pasos
pasos
caminan
en el interior.
Dentro,
más allá de las palabras,
la voz es libre y eterna y somos
(y seremos).


Ahora es ala, hierba, letra, calma, fuego.
No pisada ya, ni reloj, ni resta, ni olor a humedad sobre la espalda.

Ayer fueron barrotes de carne, camas vacías, escarcha en la falda,
cigarros como dedos que señalan y miran e interrogan y se marchan.

Hoy
Anarquía.

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