martes, 28 de enero de 2014

encerrada en el pecho, la sangre huele a hierba.
es verde mi piel bajo la tela que cubre solsticios de leche,
piedras de mar,
rugido apelmazado en los muslos.
tapo mi rostro para que no descifren el código del que está hecha:
es cruda
como los moluscos cuando cantan y saben que ha llegado la Hora.
no quiero que los otros toquen mis escamas
aunque me asfixia la soledad de la pared rojiza,
de la ciudad desnuda,
de la espuma brotando sin cesar de la grieta encerrada en el pecho
que sabe a sombra.
pienso en mirar hacia atrás para comprobar si sigo ahí sentada
en el rincón claroscuro de todas las estrellas rotas,
pero me retiro
me ardo
me duelo en nostalgias.
es flácida la carne cuando los agujeros empiezan a ganarle terreno a la salud.
a la salud mental.
a las voces que no deberían hablar.

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