lunes, 24 de junio de 2013

Luto.

Mirar a los ojos a la humanidad y hundirse en fosas profundas y llenas de sed, en pliegues de arrugas en manos viejas y polvorientas cuyos dedos no paran de temblar. Viejas manos en cuerpo sucio. Cuerpo sucio lleno de lastres, de miedos, de lucha y sudor. Sufriendo miradas de censura y repugnancia, de caridad y pestilencia. Existiendo solo por el empuje de la rutina y la recompensa de un breve cruce de palabras.
Quizás un quítese de ahí señora signifique para ella mucho más de lo que la gente piensa. "No puede mendigar en este establecimiento" como buenos días y un frío ardiente en el costado, donde se reciben las lanzadas. Hombros hundidos de tantos giro la cabeza y la ignoro, de tantas batallas perdidas y de tantas lágrimas que no derramó en sus ojos.
A la vuelta de la esquina, junto a la sucursal bancaria, reposa un cuerpo vacío de esperanzas cuyas marcas en la piel se hicieron a fuerza de surcos de miseria y orina. Una cáscara frágil y lánguida de manos viejas y ojos profundos. Ojos de negro futuro y peor pasado. Mirada que deja ver pero no ve. Triste acorde de violonchelo el de su voz, ronca de ir de bar en bar rogando por algo que llevarse a su raquítico estómago, aunque sea un poco de patatas fritas, de esas grasientas que se pegan al papel de un restaurante de comida rápida cuyo nombre no sabe ni leer. Intentando salvar un minuto de vida. Si a eso ella le podría llamar vida.
Quizás solo sea una pesadilla. Quizás sea una historia más entre tantas otras historias calladas bajo los pasos de la muchedumbre.
Sigue el reloj su paso entre las gentes. Ella continúa encima de su cartón. Invierno siempre es su corazón. Silencios en una noche de luto, la humanidad ha muerto.

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