domingo, 15 de junio de 2014

II

Ser el muerto que arrastre tu voz hasta la fría hiedra,
hacer de ella un cielo una soga cortada
por la Luna.
Quiero que la liebre huya de mí,
no alimento no éxtasis.
Cruzar el mar sobre rinocerontes de hiel
empapándolo todo con el dolor de saberse
aguja.
Entre las uñas un jardín de momias palpitantes
el chasquido de sus dientes al amar
el olor a nectarina de sus corazones.
Los gusanos.
Dónde estarán las aves para arrancarlos de mí
rebanar a la propia daga con sus hijos.
Noche. Pétalos ensartando la luz ojos de niña
huérfana.
Me dejaré ser la muerta.
Me dejaré a la mar. La dulce
agonía.

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