domingo, 24 de noviembre de 2013

Paupérrimo

No sé por qué
ni cómo
la luz atraviesa mi estómago cuando sonrío,
un haz que deshace resortes de futuro
y borra los labios del presente.

Me visto despacio,
con la prudencia de quien no está seguro de su existencia,
cierro las cremalleras por las que brotan palabras
y agarro las ventanas con el filo de las uñas;
aprieto,
recorro la madera desgajando su piel:
ni un grito de auxilio sale de su garganta.

La escalera baila bajo mis pies
deslizándose la mugre por entre mis respuestas,
el sol aguarda escondido detrás de la inercia.

Un par de ojos.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Hasta cinco son haces de luz
y se mimetizan con mi pecho.
Una vez.
Otra.

Las manos me otoñecen
al contacto con el aire,
los suspiros no humedecen
las gotas secas de mi epicentro,
el sol juega con la gravedad
intentando ahogarla bajo sus destellos.

¿Para qué nace el invierno
en todas las sábanas?

¿Con qué fin los espejos
me miran con lástima?

¿Cuándo se convirtió la sangre
en el manto de escarcha
que enmudece mi tacto?

Quizá me mueva bajo el cielo
y solo sea un pensamiento:
una arruga ínfima
encadenada a la tierra.

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