domingo, 17 de noviembre de 2013

Sueños que están ahí, al otro lado.

Siempre volvía.

Con el ceño fruncido enfundado bajo la corbata
con el calor del tinto subido a una espalda pálida
las manos desprendidas de nicotina
y papel de regalo cubriendo su cabello de plata.

Llamaba a la puerta con el silbido de la bienvenida
apoyado su corazón en su hogar
que lo abrazaba cada día con sonrisas agudas,
como las voces de las niñas que correteaban
alzando los brazos en busca de un beso.

Un verano que no se doblaba
vencía el hielo agolpado en sus venas,
purpúreas lenguas que le subían por la piel
trepando las sílabas de su escarcha.

Solía parpadear al pronunciar palabra
como si por aletearse la mirada
fuera a adueñarse del viento
que se formaba rondando sus hilos de pestañas.

Las noches de invierno insuflaban sueños eternos
donde el humo dibujaba arabescos
sobre su frente apenas arrugada
y las cuerdas de su voz
mantenían las sílabas encerradas,
protegidas todas del frío que otoñecía la ciudad.

Sobre los tejados dormitaba la aurora afilada
con dagas inexorables
y vino a despertar un septiembre
cuando todos
reían.

La piel desatada en mitad del sol
agujereadas las yemas
vomitada la esperanza de ver en la puerta abierta un verbo en presente,
los cristales rotos por fuerza de memorizarlos
o el cielo entrando para borrar su error.

Siempre volvía.

Aún
espero.

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