lunes, 25 de febrero de 2013

Una vez más.

Amor nos evoca con el conjuro de las bestias que pululan tras los ojos cóncavos de la dama de luz.
Nuestros tobillos son víctimas de las enredaderas sus brazos. Agazapado en su templo de cristal, mientras se acaricia la panza oronda, espera con ansia de álito incorpóreo el fatídico encuentro de dos almas que se niegan a ser una.
Caminos que sollozan por no encontrarse, vidas opuestas con complejo de paralelas, rezando, buscando una ciencia cierta que los libre.
Amor, con su sonrisa de felino satisfecho, ve como poco a poco sus alas de fino hilo mueven los cielos de ambas almas. Se transforman y se desfiguran en una danza de ritmos negros, blancos, hundiéndose en los grises y profundos suspiros.
Una mirada. Ya es inevitable la unión. Beso a beso se van llamando, eludiendo su razón que clama por salir de sus cuerpos. Las cadenas de sus alas se desploman y se anulan en la nada.
Sus cabezas repletas de destinos lacrimosos, no son ya de uno, no son ya de otro. Son de ambos, son de Uno.
Una vez más, Amor triunfó en su continua misión de entrelazar seres negados a recibir de nuevo su oleada de sentimientos, quedando estos sumergidos en la fuente que emana de su pecho.
Nuevamente, los cuerpos que ansiaban carne y aura con espíritu de fuego, dejaron sorda a la razón, encerrada en su jaula de límites y balanzas.
Una vez más, nuevamente, Amor ganó la batalla.

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