martes, 22 de octubre de 2013

Martes sin 13.

Si pudiera cazar los sueños con el alma
para besarlos después.
Si pudiera, por un segundo,
rozar tu eternidad.

I

La vida se descompone en cristales
a medida que la arena cae
en nuestras huellas.
(Vacío en el pecho
cuando se golpea
rozando
solo el centro).
Exprimiendo bocas de jugos amargos
y desdentando realidades con disfraces
de la talla de sus rompecabezas,
la vida gira
como una puta peonza
entre el espacio que aleja
nuestro existir.
Se burla como una hiena
al ver nuestros brazos extendidos
por si a la tierra le da
por huir con el mar
y borrar los caminos de vuelta
y los billetes caducos
y los suspiros
y los trenes...

II

Ganemos una tregua para embotellar
los aviones
el condensarse del aire
su desplome
que nos desnude
se retuerza en la sal de las heridas
banderas de nuestras pieles.
Que nunca supe de circuitos establecidos en el cielo
porque te quiero anarquía
ojos rojos, amarillos, morados,
abiertos
mirada hacia el centro del mundo
desentrañando los espejos que te alejan
de mis yemas de volcán;
que ardas,
deseo.
Tampoco me bañé en exceso de corazones,
la sangre suele llegarme hasta el
cuello
cuando abrir mis ojos
es intentar desenterrarte de un presente huracanado
y no acariciarte con lengua de tinta
se transforma
en una bóveda huérfana de luz.

III

Noche gris y muda.
Luces dormitan.
Gatos comen sus ratas.

La noche.
    Las luces.
        Los gatos.
            Las ratas.

La vida que vuela y nunca
nos desata las alas
está cruzando el asfalto,
con los pies doblados
de tanto tumbar esperanzas.
Con los brazos lánguidos
tras sostener el humo
y las lágrimas
entre sus bolsillos y corazas.
El pelo erizado
como fiera indomable
colmillos oxidados
lengua afilada.

De un ámbar ausencia
se tiñen mis ojeras.

                           Acelero.

El freno pierde la paciencia
y propina una coz a la fuerza
que lo empuja
hacia caderas ajenas.

                           Acelero.

El crujir de los kilómetros
asalta sábanas sin versos.
La Luna grita
aguda
redonda
hueca.
Arañas viudas
sonríen,
negras.

Deshilachada en cristales,
como una lluvia de piedras que chocan
contra mareas humanas,
se arroja la vida
rendida
cansada
ciega
sobre nuestras espaldas
liberadas.




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