domingo, 16 de febrero de 2014

Retrato de la Envidia

Estaba yo aguardando un indicio de tormenta en mí.
Crujían mis huesos como los mástiles habitados por polillas.
Se hinchaban mis músculos con la sangre de los días muertos
y las noches llenas de abismo.
Mi cosmos era el caos.
Miré hacia dentro.
Tenía yo una pequeña ventana en la garganta
en cuyo alféizar anidaban las fieras ocultas.
Tenía yo todo un enjambre de balcones en el pecho,
esperando ver su reflejo en los espejos de los Otros.
De repente, un par de ojos despistaron la honda soledad
de quien contempla a ciegas:
aferrado a las telarañas,
con una pata en el centro de mi interrogación
y otra en mi cabellera,
estaba un pájaro escudriñando entre mis cenizas.
Mis cenizas, lo único que poseo.
Sus sucias plumas.
Sus patas de alfiler quemado.
Su pico torcido.
Sus ojos inquietos.
Su cuerpo diminuto de punto final.
Su delicioso cuello aún entero.

Estaba yo aguardando un indicio de tormenta en mí.
Las pisadas de los glaciares aumentaron el nivel del mar
tras el vuelo del pájaro;
de aquel pájaro que ignoraba que sí tenía jaula:

era el cielo.

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