sábado, 8 de marzo de 2014

Arbolada figura de trigo y espina
que sumía en el boceto a los peces,
así el primer precipicio de mi cuerpo.
Donde mundos de arena quedaban cerca de las manos
en aquellas noches lunares como ojos incesantes,
en la pupila una promesa,
en la lengua la daga;
allí la caída.
Fue una gaviota el beso, lanzado en picado
hacia una superficie ajena a la nada;
la niebla construyó el eco.
Pero bravías las olas que aclamaron desde dentro
partiendo un suspiro en dos latidos.
Ahora ya no se existe.

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