lunes, 10 de marzo de 2014

XXI ergo Cementerio

La arruga de orquídea en mi párpado
no se riega
pues las heces de España quieren congelar mi piel.
Mi piel de aparente impermeabilidad amarga
como un sapo fuera de la charca,
como una oca sin dado,
que cruje en la explosión de uranio de todas las pupilas.
"Tiro, tiro por el oro entre mis costillas", dicen.
Yo espeto que la espada se hunde en la carne y
fragmentará a todo ser
aunque no se sepa siendo sin reflejo.
Ya no veo más allá del trigo en la espalda de la Identidad,
su contorno árido en mi pecho,
la hoz sonriéndole a mi llegada.
Aguanto mi asfixia cuando camino entre la sal.
Soporto en mis cervicales las rectas tangentes
del rey de los ajos y las cebollas.
"Pero no, no tiraremos hasta que mueras", rectifican.
Entonces transformaríame mi sombra en orquídea
para supurar montículos de costras
en sus párpados;
nunca más en los míos.

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