domingo, 2 de marzo de 2014

7 vidas no vividas.

Nada habitó en mí salvo un zumbido,
el rastro del Nombre,
la eterna fisura conmigo misma para con mi sombra.
Humo pisaron mis pies excepto la grava,
el húmedo barrizal de palabras,
la volátil alma y el pájaro ajeno.
La mano golpeando mi pecho
con el mar llamando al Nombre,
entrando en él como un ciervo corriendo hacia el fuego:
duros los huesos pero inocente la
carne.
Sal fue aquello no sentido.
Huella no quedó en el asfalto huérfano de rosas.
Estupor que no tembló de amor ni de frío
en el reflejo.
Es un laberinto mi cráneo
y su contenido me enreda la garganta.
Solo existe la hierba alta que crece sin permiso,
el mármol que encierra el aliento,
el breve recuerdo de una ola con dientes de carnero
(la tierra
los guijarros
mi cuerpo).

Nada habitó en mí salvo un zumbido
que era el eco de mi sexto corazón.

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