martes, 9 de julio de 2013

Café a solas.

Entre café y café,
dejemos que el olor inunde nuestros sentidos y
llegue hondo al centro de nuestro ser,
para que arraigue en él y plante,
de forma permanente,
las semillas amargas de un romance,
inconformista.
Encendamos unos cigarros,
con cerillas, seamos diferentes esta vez.
Que el fuego queme nuestros dedos,
y que las huellas se corrompan con las llamas.
Ese humo que sale de tu boca,
dulce, inocente,
asfixia mis miedos más profundos
y saca a la luz las ganas que una vez rodaron por las ásperas montañas,
como duras rocas que se deshacían con los golpes.
Humo consistente que se plasma en mi piel,
oleres a café y tabaco,
a triunfos y glorias,
a vida en los labios rojos,
en la lengua roja,
en el rojo vida y brillante del alma.
Flores marchitas encima de la mesa,
en un jarrón que suplantan su belleza,
la naturaleza tiene envidia de la porcelana barata
(quién lo diría).
El reloj de la cafetería marca la 1:00,
ambiciosas son las manecillas que juegan con la vida,
inexorable el tiempo que vuela entre los dedos y nos separa una noche más.
Esta vez, tú, hombre de mundo,
te irás por donde viniste sin recordar mi nombre
y tus días seguirán como sigue el reloj
(quietud, rutina, olvido).
Equivocarme de ojos para morir en otras cuencas vacías de fantasía.
Chispa que no nace y se queda.
Párpados traicioneros.
La brújula que me condujo hacia ti debía estar rota.
El sabor amargo del café impregna mis labios con cada sorbo,
mientras veo cómo cruzas,
sin más,
la puerta que chirría.
Yo, sentada frente a la ventana.
Borrosas imágenes que pasan con miradas vacías,
como la taza que tengo en mis manos.
Café, ahora solo quiero eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario