martes, 23 de julio de 2013

Invierno y verano.

Para ser sincera, hay algo que me fascina de esa luz del invierno. Es algo así como ver la realidad a través de una fina película semitransparente, de frío helado pero con matices de rojo intenso.
Soy de las que opinan que las mentes más frías suelen tener el corazón más ardiente, debido al hecho de que se protegen de esa forma para mantener sus pulsaciones firmes, para que no se les vengan encima aquellas pasiones que desbocan pieles y manos.
Es por ello por lo que a día de hoy me declaro partícipe del invierno y sus juegos ocultos, bajo los cuales esconde un secreto revelador: el mayor misterio se encuentra en el frío. Pensándolo bien suena lógico: cuando un objeto está congelado se conserva a la perfección, salvo por los diversos tonos de azul que lo conquistan y lo tintan. Es decir, el invierno es la época en la cual los impulsos quedan relegados a la mente, permaneciendo estos primeros en un letargo que la primavera despierta a fuego lento.
Es difícil entender la fragilidad de un copo de nieve cuando se le ve flotar de lejos, pero entre mis manos queda a la intemperie y se derrite como consecuencia del calor latente de mi cuerpo. Un cuerpo de ser humano que, al contrario que la naturaleza, no es capaz de reprimirse. Tal vez, lo más seguro, porque no quiera. Y es que la mente puede hacer que piense y razone, que cavile y cuestione hasta el final de mis días, pero el goce profundo y el éxtasis irrefrenable solo se alcanzan dejándose caer de vez en cuando el los abismos del verano.
El Sol, amigos míos, despierta la carne de su estupor y la renueva cada año, transformándola en un boceto que va trazando conforme pasan los días y las horas, marcando en ella la huella de latidos que giran y danzan siguiendo el compás de las olas.
Pero cuidado, sed cautos a la hora de dejarse llevar, ya que el verano es traicionero y el invierno lo sabe. Es por ello por lo que lo espera en cada esquina con el afán de sorprenderlo con un gran soplo de hálito helado, tornándolo azul y devolviéndolo a la cápsula de ensueño de donde salió.
Moraleja: en un mismo cuerpo pelean verano e invierno, ¿sabremos, pues, reconciliarlos?

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