sábado, 7 de septiembre de 2013

A orillas del precipicio

Conventos incrustados en ligeros
bordados con sangre negra
apelmazada en muslos de nube,
reminiscencia de cálices con lenguas de fuego.
Por las cejas desfilan soldados de plomo
grapados a sus leyes nefastas
por las solapas de sus mecánicos contornos.
Un tropel de flores marchitas
sobre mesas de arcilla
aguarda el asalto final
que las haga arder en reflejos de ausencias.
Retazos, bocetos,
manos que aletean entre bastidores
disolviendo el gong dorado
que libere sus escaleras
de uñas con purpúreos venenos.
Piernas calcáreas apegadas a raíces
de escarcha,
reptan por el subcielo
devorando partituras empapadas
de arena enlatada.
Las caracolas se esconden
bajo el abrigo de lo apatente
y las olas tienen las bocas
inundadas de alabastro.
Las moléculas de polvo se alzan
contra la dictadura del viento,
rompiendo castillos de sal
paridos por el firmamento de tinta caníbal.
Cangrejos asustados buscan
pinzas de repuesto
por si a las piedras les da por rodar
cuesta arriba y sin gravedad.

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