miércoles, 4 de septiembre de 2013

Bruma sin mapas

Tenía la noche un manto cosido
con perlas de carbón,
rasgado por lágrimas de antracita
que escupía
un niño de cartón.
Tenía la noche quedo sonido
que recordaba el rebotar
del olvido por los muros de piedra
sobre los párpados del sin hogar.
Una estampida de dagas envenenadas
esculpían los ropajes harapientos
de farolas hambrientas
de aura y aliento.
Rasgaban los tulipanes
balcones entreabiertos
con sus pétalos prohibidos
de cristalinos filamentos.
El silencio perseguía a los perros
que aullaban al viento
en tierra de nadie.
Gargantas afiladas como puños
de sal y escarcha.
El silencio era un transeúnte sordomudo
con borlones purpúreos en los labios
de tanto irlos cerrando.
Las sombras jugaban por las aceras
que gemían las nanas
de madres sin cuna
y árboles sin ramas.
Tenía la noche un filtro
ahogado en aire cobrizo,
una cáscara agujereada por besos de hiel,
el canto entrecortado
por el llanto del perejil.
Tenía la noche pies de plomo
y ojos de sombra,
raspa de pescado
y pólvora en las pestañas.
Iba zambulléndose en cada bar bravío
contando sus pasos tardíos
en mitad de la penumbra
de su desvarío.
La noche.
La noche.
La noche.
Fugaz bruma sin mapas
que ensarta razones
bajo tacones huérfanos de paz
y lápidas con epitafios
sabor canela.

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