Un mañana que se viste de bujía
con la fe infantil
de recomponer las pieles muertas
con aceite de espesura a besos.
Unos besos que se apagan
en los ceniceros
a la intemperie del distante cristal.
Un crital amputado y ciego
se asfixia en una habitación sin cama
donde despeinar dudas.
Las dudas, reinas
siempre
del cielo recién nacido.
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