domingo, 8 de septiembre de 2013

Astillas

Se encuentra sentada en un banco de cristal
con las piernas a merced de la gravedad
por miedo a que se las lleven las olas
que le rebosan de los párpados.
Es septiembre,
asesino mes de instantes burbujeantes,
y la ropa asfixiante ya empieza a despuntar
de las cabezas de niños incansables.
Sentada pero tan perdida
como si estuviera de rodillas
frente a la guillotina.
Las fotografías de promesas empolvadas
en copos de trigo y azúcar
se desploman en el suelo
y las hojas de árboles apresurados
se enamoran de sus sombras en el asfalto.
No se inclina para recogerlas
pues sus manos son ya
claveles con alfileres como pétalos.
Inútil, entorna los ojos
y comienza a mimetizarse
con el basto acabado
de esa brecha verde que alimenta
los espíritus sin mapas
entre el gris cemento.
Es un camaleón.
No oye.
No piensa.
No ve más allá de su lengua
de infinita humedad que no empapa.
Los insectos le huyen
como escapan de sus lánguidos brazos
las razones para ser humana.
El cielo se tiñe de espanto
y un orgasmo impacta en su pecho.
Calcinada a balazos eléctricos,
besos más misericordiosos
que aquellos que su suerte
jamás le osó dar.
Intenta andar para no adentrarse en laberintos
pero el suelo se anticipa a sus movimientos
y comienza a girar bajo sus pies.
Es una peonza.
Se contorsiona
y las miradas que se le salen de sus heridas
suspiran sangre amarilla.
Amarilla mugre que no abandona
a quien la rechaza.
Volátiles partículas en el cuello
son las caricias contra mareas
y huracanes
por las que tuvo que luchar
siempre con la vuelta empobrecida.
Desorientada busca refugio
bajo su capa de melancolía,
se sumerge en brumas de caracolas
y las branquias lamen sus yemas.
Es un pez.
Aletea y gime al soborearse
tan escamosa y salada como sus huellas,
destino donde siempre sobraba.
Un águila planea sobre las aguas,
la captura sin tregua
con hambre de muerta en vida.
Sus ojos de huevo a punto de eclosionar
vuelven a rodar por manecillas lineales.
El tiempo sale de su ensoñación
para instalarse de alquiler
en una muñeca sin pulso.
Se encuentra sentada en un banco de cristal
con las piernas a merced de la gravedad
por miedo a que se las lleven las olas
que le rebosan de los párpados.
Es una soñadora
con alas astilladas
entre otros tantos
borrachos de vida.

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