miércoles, 4 de septiembre de 2013

Asesinato

Saliveando silbidos inquietos
va abriéndose paso
el tren repleto de alabastro.
No hay raíles que lo condenen
al frío tacto inerte
del alba sin lechos ni toldos
donde abrazar la gracia
de las nubes de coral.
Alfileres en su interior encorsetados
en cabellos de terciopelo,
apoyan sus ojos de blanco huevo
en los brazos rocosos de Morfeo.
Los puentes acunan a los astros
en cestas de mimbre
talladas por sus enredadas manos.
Los túneles tienen la lengua cortada
de tanto aspirar vacío
en sus entrañas.
Sin hilos ni telas para asfixiar sus fisuras,
el gigante de hierro supura humo de sus rendijas,
empapando el pulmón del cielo
con su mortecino reflejo.
Cuervos se afilan al vuelo
entre el péndulo
y el averno,
graznan a sabiendas
de la rendición venidera:
la inclinación del Sol sobre la tierra.
Cabalga la gramola de luto vestida
colgando de la cintura del fuego,
introduciendo sus yemas secas
en el centro mismo de su ser.
Repira la escarcha masturbación etérea
por el laberinto de troncos que se curvan
ante el egocentrismo del viento.
Roces fundidos chispean
sirviendo de coro al eco de las cobras,
apartando selvas de incienso
y manglares con sirenas cojas.
El tren es ahora una bala de estaño celestial,
el filo de la espada justiciera
que vence miedos y nidos de lechuzas hambrientas.
Por las cuencas de los ojos certeros
se escapan los moribundos rayos de luz,muriendo en boca de un horizonte en llamas.
Los cronómetros agudizan sus sentidos de marfil
e intentan alejar
al tren
de su hogar.
Tormentas se forman sobre su frente
lo aporrean con sus llantos eléctricos,
lo empotran bajo huellas de granizo
en el polvo de la hierba,
lo alzan para morderle las piernas de rocas sedientas.
Mudo queda el silencio,
cegadas las arterias,
congeladas todas las regiones del cielo.
El tren,
desgajado en partículas de neón,
se evapora en un suspiro de carbón.
Y se pierden los caminos
por sus venas ya huecas,
y se arrojan a la nada
los pozos de sangre a presión de sus bujías.
La meta lo espera
viuda
en el andén,
sin zapatos
ni gabardina de acuarelas.

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