sábado, 7 de septiembre de 2013

Entre los ojos

El infierno es el placebo
de los idiotas.

Las esquinas tienen espinas
que esquivan posibles golpes certeros,
los cuales podrían astillarlas
antes de palpar la frente acartonada
de los muñecos que vagan por líneas rectas
persiguiendo la linealidad invariable.

Se rompen las brújulas por
inanición de iniciativa carcomida
y los andenes se suicidan
al contemplar disfrazadas despedidas.

Canciones de verano en invierno,
princesas de casta poligonera,
mafiosos que trafican con vidas,
perros más humanos que muchos hombres.

A veces me autolesiono cuando pienso
que los libros se ahogan en sus estanterías
con el polvo de miradas inexistentes,
y que hay más de un daltónico
que pisa el freno
mucho antes de que el semáforo
se vista de rojo.

Cebras corrompidas por el opio
trazan cuadrículas en sus lomos
ahora tan fríos
como un tablero de ajedrez.

Seres binarios que apuestan sobre seguro
y rechazan tuétanos de raíces como gigantes,
convirtiéndose en hienas
que no saben reírse
ni de su propia sombra deformada.

Gilipollas todos los que
garabatean corazones
y los arrojan al vacío
de ascensores cojos y sin muletas,
aquellos que rebañan oro
frente a los que ni siquiera pueden permitirse
cubiertos de hojalata,
los desquiciados que desquician
al menos desquiciable
cuando profanan la palabra Libertad,
innombrables cuya afición consiste
en apuñalar sueños por la espalda,
tinteros de hielo fundido
que dicen ser agua potable.

Gilipollas.
Gilipollas.
Gilipollas.

Y yo
me miro
y no me siento,
pues mis sentidos se alteran
y me abandonan
al sentir sobre sus bocas
tanta mierda que flota
sin vergüenza alguna.

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