jueves, 22 de agosto de 2013

Borracha busca ser musa

Me hallo de piernas cruzadas
en la barra de un bar cualquiera
debatiéndome entre el riesgo y la pólvora.
Ha llegado el momento
de dejarse de eso
de que la vida corre
persiguiendo una meta
que va cambiando de lugar
con cada paso.
Quizá esté loca
o solo borracha
de whisky.
Pero poco importa.
Me lanzaré a la caza y captura
de un amor que
por vez primera
valga la alegría y no la pena.
La consumación de esa búsqueda
tendrá su recompensa:
una cama alquilada
en mi habitación
que ha de ser pagada
cada mes
con amaneceres de ojos cansados.
En primer lugar,
necesitaré una brújula nueva
que se oriente hacia el sur
y no al norte
(no quiero amores racionales).
En segundo lugar,
paciencia
(nota: comprar más vino).
Por último,
unos tacones con cuentakilómetros
y un pintalabios más rojo
(rojo intenso).
Una vez conseguidos los primeros requisitos
procederé a la misión:
todos los sábados por la noche
me recorreré los bares
de la ciudad
con la intención de atrapar poetas
que me hagan su musa.
Arduo y complicado
será el capturar la magia del arte de las palabras
entre mis torpes dedos,
pero intentar
se intenta.
Tras varios sábados gastando las suelas
de mis últimos tacones de aguja
del tamaño de una grúa
he fichado varios candidatos:
un bohemio con voz que desabrocha cremalleras
con solo recitar sus propios poemas,
un cantautor de risa magnética
y pestañas infinitas
con acordes sugerentes
en su garganta,
un pintor que retrata mujeres en servilletas
y las enmarca en esperanza,
y un aficionado al cine
que se esmera en hacer cortos animados
con dibujos que salen de sus yemas.
De mis tertulias intelectuales con ellos
saqué la siguiente conclusión:
todos eran lo suficientemente torturados
como para encajar en el rol que yo exigía.
Pero un alma tan caprichosa como yo
necesita un amor que sople versos al oído
sin caer en la ñoñería,
necesita una canción de buenos días
que sea espejo de las noches que vivo,
necesita un cuadro que capte toda mi esencia,
necesita un cortometraje que deje bocas abiertas.
Por ello subo la recompensa:
a cambio de un amor
que desate cuerpos
con solo mirarlos,
que roce los labios
y los encienda,
que queme y hiele a partes iguales
a beso lento,
que vaya sumando atardeceres
y restando tiempos vacíos,
que resucite todas mis horas muertas,
estoy dispuesta a entregarme
en el oficio de musa
que descuartice los cuadernos
y que se bañe en tinta.
Así que me encuentro de nuevo
de piernas cruzadas
y sí, borracha.

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