martes, 27 de agosto de 2013

Sin chanclas

Las utopías se visten de gala
y se cuelan
sin entradas
en un concierto
de jazz.
Se sientan
en sillones
rojos
y escuchan los suspiros
de la carne.
Un saxofón lanza
sensualidad
envuelta en cuero
negro.
Etéreos contoneos
del pentagrama.
El piano
tímido
se curva de palabras
en clave de fa(lda).
Nebulosas cegadoras
se desprenden de las telas
y caen.
Los captura en máscaras
los ojos del palco.
Se presenta un réquiem
al silencio.
El humo
se inyecta en la sala
y se retuerce entre
las baldosas,
consiguiendo la repulsa
de zapatos con escamas.
La lámpara de gigantes
es una araña viuda
que hace punto de cruz
sobre las cabezas
para devorarlas.
Las joyas como gotas de nácar
se dilatan
y estallan
convirtiéndose
en espinas.
Los sillones son
más rojos.
Perros.
Gatos.
Cucarachas.
Ovejas.
Lagartijas.
Ratas.
Comienza un maratón
objetivo
pechos cargados
de materia insultante.
Dientes.
Dientes.
Dientes.
Uñas.
Dientes.
Cuchillos.
Dientes.
Bastilla
con banda sonora:
un coro de huérfanos canta
el Ave María
mientras tienden sus
raquíticos
miembros
a la bóveda dorada.
Mendigan paciencia,
atención,
colchón,
pan,
poesía,
teatro,
agua,
quiebra de soledad.
Las manos punzantes
de las cáscaras
sin jugo
no responden.
Miradas fijas y altivas.
Los bolsillos lloran
vacíos
de migas e ilusiones.
Pausa.
Se abre
de nuevo
el telón.
Unas tijeras bailan
cabaret
y realizan equilibrismos
sobre las tripas
de los vagabundos.
Indestructibles son
las marcas en relieve
de pies sin principios
en el cemento fresco.
El cuento llega a su fin
en la orilla
del mar.
Y es por eso
por lo que
los ricos
nunca llevan chanclas.

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