sábado, 17 de agosto de 2013

Ovejas

Encender el televisor
y comprobar
que hay arpías de cabello teñido
por peluqueros que enriquecen sus bolsillos
con una chapucera permanente,
que destripan a inocentes
y halagan a delincuentes disfrazados.
Carroñeros con corbata
que enfocan cadáveres y heridas
que salen de pechos llorosos
para elevar los niveles de audiencia.
Demagogos que juegan al engaño
y escupen palabras
en busca y captura del aplauso.
Debates en los que,
en vez de escuchar y reflexionar,
se intenta secuestrar yugulares
que palpitan sin cesar
al aumentar los decibelios
de sus gargantas.
Hay
también
esbeltas muñecas
paseando por campos de fútbol
o junto a ruedas de fórmulas uno,
que sirven de anzuelo
para solterones,
jóvenes
y viejos.
Gritos que salen de gallineros
repletos de ropas de marca.
Micrófonos que son sostenidos
en manos conquistadas
por dudosos contratos.
Trajes de chaqueta
con la misión de asfixiar
(aún más)
en sus discursos
las desgracias de las gentes.
Una invasión rosa
que cubre el azul del cielo
y hace llover
amansamiento
e incapacidad de pensamiento independiente.
El televisor,
una caja boba
que deja bizco a quien la mira
y seca las lenguas
de los que amenazaban
con alzar la v(h)oz.
Al final
todos acabamos siendo,
sin oponer mucha resistencia,
presas de una comunicación
que hipnotiza almas
y venda ojos.

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