miércoles, 28 de agosto de 2013

Infancia condenada

Los caminos que conducen a Roma se pierden
jugando a ser niños con piernas
tatuadas de sin fronteras.
Se calman las trincheras con el rebotar
de balones en las paredes afiladas
con garras sucursales.
Y las bombas son pompas de jabón
que nacen en bañeras
oxidadas de risas.
En columpios se mece la esperanza
por la inocencia legítima
mientras ve
cómo caen las hojas en los cabellos
cortos y enredados
del suelo.
Un suelo contaminado de corazones
amarillos
y pulmones de
grafito,
que se viste de carcajadas raídas
por no llorar sangre.
Los niños corretean por calles
de gris desamparo
y terrazas con macetas
de flores en pena.
Los adultos aguardan,
intentando descifrar el misterio
de vivir solo con
oxígeno calcinado.
Un campo sin hierba
sacude sus ramas raquíticas sobre
su cabeza,
llamando a manitas delgadas
acabadas en ensoñaciones.
Les ofrece sus tripas calvas,
los racimos podridos,
el brillo empolvado de sus copas,
el llanto de sus hadas
de alas sesgadas.
Y los niños continúan
riendo,
confundiendo astillas con orquillas,
pistolas con muñecas,
metralla con tiza,
realidad con fantasía.
Los biberones se llenan de nanas
ahogadas
sobre camas sin colchón.
A lo lejos,
las pisadas de los gigantes amenaza
con podar almas encendidas
por velas dobladas.
A lo lejos...
A lo lejos...
A lo lejos...
Duermen ya los pequeños
sobre la Luna.

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