domingo, 18 de agosto de 2013

Todos saldríamos ganando.

No soporto el silencio que nace de tu ropa
aún cubriendo tu cuerpo frente al espejo.
No soporto la evanescencia de las miradas
incapaces de traspasar las telas.
Los momentos se hacen de plomo
cuando se atan a los tobillos
y esperan
impacientes
a que dobles la esquina y entres por esa puerta.
Una puerta de entrada que no deja cabida a la salida
porque en la jungla
el valor se paga con besos urgentes de sangre fresca
y hambruna de ecos en el dormitorio
que no cesan en la noche.
Entre barrotes nos hundimos en las asperezas
de las inseguridades que nos frenan
y allí nos quedamos
a la espera de que viniese un héroe de etiqueta
y nos sacara por la ventana rompiendo las rejas.
Porque cuando dos amantes se aburguesan
crecen los enanos en el jardín
y la vida se convierte en una sucesión de camas
sin sobresaltos
ni sorpresas.
Pero es entonces cuando abres la puerta
agarrando firme el pomo y empujando hacia ti
de la misma forma con la que embistes las sombras
y las dejas jadeantes en el colchón,
y el reloj estalla en mil agujas afiladas.
No soporto el silencio que nace de tu ropa
aún cubriendo tu cuerpo frente al espejo.
No soporto que la gente te mire con aire de reproche
ante una camisa tan poco planchada.
Pero si la arrojas al suelo que refleja nuestros deseos
podríamos alisar las arrugas del tiempo
con el calor de nuestras manos
y así
todos saldríamos ganando.

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