sábado, 24 de agosto de 2013

Querido director

Cupido no es más que
un niño con Parkinson
que juega a los dardos
con corazones humanos.
Le gusta ensartarlos
como sardinas
con sus flechas pomposas
y ver
cómo se van cegando
en el mar de soledades y frustraciones
las carnes que tiemblan ante el ataque.
Es un pequeño mimado,
un hijo de mamá
con pulso de cirujano
(cuando se lo propone)
que destripa a las gentes
para incluirlas en su colección
de almas suicidas.
Su nana preferida
es aquella que cante en honor
a las brasas que se hagan en sus propias cenizas
y a beso lento.
Elige películas de terror
porque se siente identificado con el asesino
o el ladrón de guante blanco,
y los imita robando paciencias
y cortando los cuellos en almohadas
envueltos.
Su cuna está hecha de plegarias
mortales
de manos sangrantes
que pretenden fusionarse
con sus espejos.
Y se ríe a carcajada limpia
(o sucia)
cuando piensa en todos esos amores
unilaterales
que mendigan por las calles
del olvido.
Cupido no es más que
un anciano de encías fuertes
que busca día y noche
cuerpos
que llevarse a la boca.
Sus alas son la cárcel
de los pecadores
que él seduce con promesas envueltas
en chocolate.
El 14 de febrero es
para él
una comedia
repleta de calabazas.
Cupido es,
al fin y al cabo,
el director del más famoso
reality show:
Caníbales a la caza y captura
de la felicidad eterna
en brazos de almas gemelas
(o lo que viene siendo lo mismo:
Ilusos sin fronteras).

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