miércoles, 21 de agosto de 2013

Se apaga

Bienaventurados sean todos aquellos
que te pudieron seguir en procesión
hasta tu altar de voces sin fondo
y golondrinas de neón
que rayan el cosmos en tu frente.
Peregrinos que se adentraron
en ti
empujados por una gravedad
que evoca olas
por las que surfean los milagros
en bañadores
de trazos entreabiertos por la sal.
De rodillas ante tus cielos de azul fuego
rezan los creyentes que te suspiran
con las manos unidas a punta de labios
y pecan cuando se atreven
a mirarte a los ojos
desde fuera
hacia dentro.
Como abrir una puerta en una cascada
que caiga fuerte sobre el pecho
y lo corrompa.
Como retar a las cenizas en fugacidad
y atraparlas en oxígeno que flota
por estrellas rebosadas
de tantas manos con ansia de volar alto.
Bienaventurados sean todos aquellos
que a pies descalzos van bebiendo tus pasos
entre caídas y golpes de costado.
Y ante las puertas de oro
que se abren solo para dejar entrar
y no salir
te exclaman que vuelvas a sus tierras
para que las riegues de hondo placer
y renazcan con aleteo de esperanza.
Pero vuelas
y te alejas
para que nadie te atrape entre halagos
que no te llevan a otra cosa
que a encerrarte en cárceles de rosas
sin espinas
y de plástico.
Y sigues volando
hasta que en tus piernas solo queda dibujada
la palabra libertad.
Cuando caes con los brazos abiertos
e inertes
sobre tu cabeza
y te deshaces de las cadenas,
sonríes
y el mundo
sin pensarlo dos veces
se apaga.

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