Intentamos escalar
las tumbas de
nuestros héroes muertos
con las manos repletas
de dudas bañadas en avaricia
y el rostro
sudado de tierra.
Nos afanamos en
eclipsar
a las estrellas
con nuestros pulgares
y cortar amaneceres
con leche caducada.
Nacimos con el cerebro
reseteado
coordinado
con máscaras mecánicas
para ansiar
con esperanza infantil
los logros
del pasado.
Retórica,
filosofía,
poesía,
pintura,
música,
gravedad,
penicilina,
cohetes que viajan
dirección la Luna.
Envidia
metamorfosis
de humanos
con crisálidas como puños
y larvas
que juegan a los dardos
con sus tripas.
Cabellos
arrojados
por el suelo.
Cafés
con ojos
como búhos.
Camas
ordenadas
en mitad
del caos.
Un telar
entrelaza
hilos
y los asfixia
haciéndolos
cada vez
más finos.
Así nos aprietan
tornillos oxidados
en la cabeza.
Muñecos de trapo
con botones magnéticos
que atraen a carroñeros
cuya dieta se basa
en nuestros principios.
Las alarmas de los relojes palpitan.
Es la hora
de vomitar en la oficina
y luchar
como salvaje humillado
por alcanzar
la engañosa
cima.
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