jueves, 22 de agosto de 2013

Eternidad fugitiva

Como pájaros de barro
que van dejando trazos de tierra
en el cielo de azul congelado,
fuimos alzando los cimientos
de un mundo sin sombras
bajo tu ombligo
y el mío.
Un puente
unía nuestros cuerpos
de estrellas apagadas y calladas
en la noche que se cernía
como boca de lobo.
Pasaban viandantes
con traje o arapos,
coches de primera o segunda mano,
camiones que hacían tronar
como tambores
el asfalto.
Y crecieron jardines de interior
con complejo de junglas
donde las panteras y los tigres
se acurrucaban bajo las farolas.
Los niños corrían
detrás de sus madres
en busca de dulces después de la escuela.
Los ciclistas hacían malabares
en las aceras
y a gran velocidad veían las calles
repletas de ancianos felices
que le sonreían a la vida.
Creamos una utopía
donde cada uno jugaba un papel
en la gran obra que se desarrollaba
cada día.
Una fantasía sacada de nuestras hojas
en blanco
que ahora lucían trajes de tinta imborrable.
No había delincuentes que revolotearan
por los hogares
en busca de dormitorios sin llave.
No entraban cuchillos ajenos
en bocas de nadie.
No se gritaba a todo pulmón
sino había un parque de atracciones
en primer plano.
Llamamos a esta ciudad
Eternidad.
Pero un minuto antes de cantar victoria
y presumir de teoría conquistada y cumplida
hecha materia
ante la cara de Marx,
entró el Tiempo dando manotazos al aire
intentando atrapar
las esperanzas y los corazones
que en Eternidad se contenían
como dientes de león
que se vieron amenazados
por los huracanes.
Las manecillas se fueron clavando
una tras otra
en cada pecho,
en el asfalto,
en los vehículos,
en los niños que cayeron en gripe de marzo,
en los hombres viejos ahora cansados.
Y el cielo se volvió nublado
y encapotado fue avanzando en nubes.
Las tormentas se formaron
y un rayo cayó
sobre el puente centenario
que lanzaba prosa
para calmar los fuegos
que acechaban con sus lenguas.
Eternidad fue agujereada
con cada disparo eléctrico
y nuestros cuerpos
supuraron tristeza
en el río de nuestras mejillas.
Así fue cómo ocurrió la desgracia
de creerse diseñadores de futuros
cuando a penas teníamos manos suficientes
como para sostenernos a nosotros mismos.
Y las gentes felices
con su puente
y sus jardines
se marchitaron con el tic tac,
quedándonos cada uno
en una orilla
y con los rostros
sangrando.

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