miércoles, 28 de agosto de 2013

(Des)encuentro

Yo no era nada más
que una carta perdida en correos
con complejo de ser devuelta
sin leerse.
Un puzzle sin piezas que buscaba
un tablero
sobre el que descansar la cabeza.
Libreta sin palabras
y tierra de nadie,
ni si quiera
de mí misma.
Deambulaba por las calles agrietadas
de Sevilla
como esos caballos que tiran de carros:
sin atarme las riendas a mis pasos
y con los hombros hundidos por
capricho de la gravedad.
Jugaba conmigo el presente
con la baraja marcada
y yo perdía mis horizontes
en sus trucos desgastados.
Sedienta siempre
de luces que incendiaran
las sombras que vestían mi cuerpo.
De esa manera
existía.
Pero un día,
me topé de bruces
con otro cuerpo cometa.
Era una tarde
en la que los naranjos lloraban pétalos
desgajados
y suicidas,
y el viento zarandeaba mi falda
con intención de robarla.
Mientras mis manos cosían
las heridas de mi piel
con armadura,
te asomaste por una esquina de mis ojos
y la doblaste
hasta crear una nebulosa purpúrea.
Giraban las estrellas dentro de
mis párpados
y de tus labios colgaban besos
reservados
para futuras despedidas.
Era jueves.
Jueves disfrazado de
domingo al alba
entre sábanas sudadas.
Tu abrigo dibujaba las líneas
curvas
de tus músculos
y el jersey se te asomaba
tímido
por las solapas sin barrotes
de tus botones.
Quise desnudarte las miradas
cuando pasaste rozando
mi burbuja,
con sonrisa animal
y alas escondidas
en tu lengua.
Quise moldear tu cintura
a prueba de balas
y unirme a ti en la ca(l)ma
de tu pecho.
Prenderte
prenderme
prendernos
en
llamas
utópicas.
Bajarte todas tus cremalleras
y adoptar tu corazón
en volandas
para que pudiera iluminar,
cada madrugada,
a los cuerpos lánguidos
de entrepiernas olvidadas.
Pero mis botas de agua
llovieron por dentro
lava
y mis pies hirvieron en silencio,
dejándote escapar
como abandona una historia a su final:
algodonado en puntos suspensivos.
Así fue
cómo supe
que los charcos de agua
también pueden ser manantiales
si te atreves a beberlos
en mitad del desierto.
Eso,
y que nadaría contra todas las corrientes
enfrascando cada roca en mi cuello,
si hubiera convencido al valor
para que me permitiera volver
y lanzar contra tus ventanas
mis piedras,
y que asomaras la sonrisa
al verme desnuda
sin más ropa
que la que podamos arrancarnos
con los dientes empapados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario