viernes, 30 de agosto de 2013

Torrencial

Llueve.
Llueve sobre los tejados
en punta
que empuñan metales
que arrancan pedazos de cielo
que violan la concepción
animal
de la noche.
Llueve sangre negra
de ojos vacíos
de manos vacías
de camas vacías.
Llueve
lento
a mansalva
poco a poco
intensamente.
Las calles se inundan con
el vómito de las alcantarillas.
Los gatos ladran
los perros maúllan
los niños arañan
las madres resoplan.
Sobre muros de ladrillo
que eclipsan árboles
tallados por
orfebres milenarios.
Sobre casas de cartón
y colchones de periódicos.
A ras de la inocencia
el agua llega
y en el cuello
almuerza.
Tenedores.
Cuchillos.
Vuelan las mesas.
Los pies se alzan
inconscientes
con una procesión infernal
que recuerda el levitar
de los hilos
de telarañas
desahuciadas.
A la deriva
las arañas interpretan
el blues de los ahogados
y los faros
tienen miedo de alumbrar
cabezas de aguja.
Llueve sobre mojado.
Llueven peces
que rebotan
y se difuminan con los
llantos.
Llueve pólvora,
llueve cristal,
llueve lava fundida,
rocas huérfanas
de metacrilato.
Las pupilas escanean las aceras
en busca y captura
de almas sin pena.
Doblan las esquinas
retuercen farolas
desmigajan a los lobos
que se asoman
de reojo.
Solo hayan hogares
de habitaciones húmedas
de frigoríficos hambrientos
de sábanas descosidas
de zapatos sin brillo
de telas destripadas
por los sillones huecos.
Se vuelven las cuencas
y se apagan
con el ruido
de sirenas que escalan
montañas.
Llueve dinero con capas,
cifras distorsionadas,
putas malheridas,
niñatos de la banca,
saliva de presidiario
con corbata.
Llueve ignorancia,
cadenas,
desigualdad,
mafia.
Llueve.
Llueve.
Llueve.
Mientras,
la esperanza se echa la soga
al cuello
y los sueños
roen
los restos
de pan seco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario