jueves, 15 de agosto de 2013

Fugaces y estivales.

Entre caricias
la piel se iba transformando en cenizas,
en recuerdos que quedarían
sellados
en un ayer maquillado de besos
y borracho de fuegos fugaces.
Como cometas
aparecimos intermitentes en el cielo
de una noche de verano
prendiendo de rojo el firmamento
que permanecía demasiado dormido
como para mirarnos despiertos.
Aquella noche
los segundos se bañaron
en arenas movecidas
y se hundieron,
concediéndonos una paz
que duraría un suspiro en nuestro paraíso.
Y en la montaña rusa nos montamos
cabalgando por las estrellas
y burlándonos de la Luna,
tan sola y tan esbelta
allí arriba
suspendida por brazos invisibles.
Un carrusel nos alcanzó
arrojándonos a sus caballos
con crines de cohetes
que se expandían en mil y un trazos
de cristal tintado.
Y el suelo no nos retenía
y la arena se ablandó
y el mar retrocedió,
dejándonos solos
en la orilla
y con las olas en nuestro interior.
Amanecimos cien noches
siempre con las mismas miradas
entrecortadas y rosadas
tostándonos el Sol la piel
y rozando el cielo
con las pestañas.
Y así pasamos el verano
tan soles y tan lunas,
tan viernes y tan sábados,
tan fugaces que nadie nos vio pasar
bailando entre los corazones solitarios.

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