domingo, 18 de agosto de 2013

Edén

A tres kilómetros del edén decidimos apear
para buscar la impaciencia perdida.
Tras sortear desiertos breves por las hondonadas
de tu cuerpo
encontramos un motel cercano
a distancia 0.
Empezando la partida en punto muerto,
navegamos por las aguas profundas y saladas
de los colchones de una pensión barata
morada de fugitivos y amantes furtivos.
Mimetizándonos con el paisaje te volviste cactus
en mitad de la nada
y errante
vagaste por las llanuras arenosas que cubrían mi espalda.
Unos besos con púas que plantaban semillas
de las que nacerían flores venenosas con el tiempo,
abriendo cicatrices y cerrando piernas.
Tras noches de olvido y caza abundante
el coche nos pidió carretera e hicimos
el kilómetro siguiente a remo
con brazos cansados de tanto ir a contra corriente
y luchar de cara al viento.
La orilla se presentaba lejos y amarga
como una flecha que nunca se hunde
o una vela que jamás se apaga.
Pero las olas son benévolas y saben el sacrificio
que supone
tener brazos somnolientos en mitad del sueño.
Y es por eso por lo que llegamos a la recta final
donde las distancias se iban acortando
y las nubes bajaron su nivel
para rozar nuestras nucas.
Aún quedaban unos cuantos peldaños por escalar
cuando te tropezaste con mis pestañas y caíste
al abismo que supone mirar dentro del alma
y rendirse ante lo que encuentras.
Así fue como encontramos el edén en mitad de una pesadilla
que amenazaba con las garras afiladas
por despedazarnos en retales de ausencias.
Así,
arrodillados el uno frente al otro y besándonos las heridas.

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