viernes, 16 de agosto de 2013

Tiempo justiciero.

Los lazos que sostenían,
altas, inseparables,
a dos personas
se deshicieron de un soplo
y no quedó rastro alguno
de paz o cariño.
El olvido es un talento
que muchos poseen
y que permanecerá en ellos
pues es lo único que llenan sus corazones
faltos de amor.
El cerebro frío,
congelado entre hielo y aridez,
vence en batalla a la memoria
y la degüella
dejándola desangrándose
en mitad del desfiladero.
Las caricias,
los abrazos,
las palmadas llenas de júbilo y ánimo
en la espalda,
las horas de complicidad,
todo,
todo,
todo.
Todo se haya muerto
al borde de una alcantarilla
de la que emanan recuerdos,
minutos que se van deshojando.
Amarillo,
marrón,
colores de otoño
que borran primaveras,
eternidades que se sesgan
y se transforman en un singular
en primera persona
acompañado únicamente
por la palabra soledad.
La traición hace supurar
las lágrimas caducadas
y las transforma en gritos ahogados
de dolor en los costados,
donde se ha clavado una lanza
envenenada de cumplidos.
El engaño,
la rabia,
el abandono,
las bocas llenas de vanas palabras.
Todo se devuelve,
todo cae
y empapa al verdugo.
El tiempo es el mayor de los justicieros.

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