domingo, 25 de agosto de 2013

El triste existir de las manos

Las manos suelen huir
de lamentos a deshoras
y almohadas con pesadillas.

Se beben las calles hasta los restos
con la esperanza
vana
de caer borrachas de nostalgia.

No suelen abrir
las puertas de casas
o almas
cerradas por derribo.

Odian las polillas que habitan en armarios
vacíos.

Lloran si se les regañan,
como dos niñas indefensas ante la nada,
al haber pasado de largo
por cabellos y barbas
que podrían haberse enredado
en mañanas anaranjadas.

Gritan si se las amordaza
con promesas de labios perfilados
por sonrisas cálidas.

Temen por sí mismas.

Con vida propia andan
por el carril bici
y pisotean el verde asfalto
que finge ser césped
en mitad de lo urbano.

Las manos son la reminiscencia
de alas cortadas
que una vez
se adentraron en las cavidades
de paraísos
sin trincheras.

Ahora
nadan a la deriva en un mar de tigres
con branquias
y corales que bucean
entre sus yemas.

Ilusas,
no saben de la existencia de los malabares:
juntan vértices
y curvas de vértigo
con el mismo centro
destemplado
de la tierra enfebrecida.

No hay cura para unos brazos insaciables
de pecados por cometer
y las manos son reos
que siguen
con mono de rayas
la inercia de una gravedad suicida.

Condenadas
palpitantes
cobardes,
las manos
con sus dedos.

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