Calma.
Los suspiros se aceleran
como las agujas del reloj.
Caen lánguidos en la fuente
de aguas que se evaporan
con el olor a heroína
que despide tu piel.
El vacío se llena de remolinos de miel
que se entrelazan
y suben como la espuma de tu caña.
Suben y escalan por mi espalda
clavando sus picos en las grietas
por donde supura la nieve
y la escarcha.
Bandera en mano
apoyas las piernas en las paredes
congeladas
y te impulsas hacia arriba.
Hacia arriba.
Tus pies se resbalan.
Crugir de huesos bajo la almohada.
Silencio.
Mis hombros son anzuelos
que pescan tus besos
y te alzas al vuelo.
Conquistas mi cuello
y llevas tus manos
a mi cabello.
Rizado u ondulado.
Limpio o grasiento.
Ya no me acuerdo.
Das vueltas y me mareo.
Y te topas con mis ojos y te paras.
Párpados que chillan entre los barrotes
de las pestañas
y buscan con brújula de amanecer
un sol en tus mejillas.
Empieza el vals
con tu nariz en mi frente,
que se hondea al son de mis tambores
y reza
para que el ritmo no cese.
Y es entonces
cuando labios se desesperan
y se enervan
y se manifiestan contra todos los mortales
por conseguir un beso
sin ataduras
ni más anclas
que las que pueda poner
entre nosotros
el desenfreno.
Sucede.
La piel se eriza
y las mariposas aprietan sus uñas
contra nuestros descosidos corazones.
Ahora
un beso
arranca
las capas
que nos hundían
en el vértigo.
Ahora
ya no somos
dunas
de barro.
Ahora somos
y seremos
hasta que el existir
se nos agote.
jueves, 22 de agosto de 2013
Hasta que el existir se nos agote
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