jueves, 22 de agosto de 2013

Hasta que el existir se nos agote

Calma.
Los suspiros se aceleran
como las agujas del reloj.
Caen lánguidos en la fuente
de aguas que se evaporan
con el olor a heroína
que despide tu piel.
El vacío se llena de remolinos de miel
que se entrelazan
y suben como la espuma de tu caña.
Suben y escalan por mi espalda
clavando sus picos en las grietas
por donde supura la nieve
y la escarcha.
Bandera en mano
apoyas las piernas en las paredes
congeladas
y te impulsas hacia arriba.
Hacia arriba.
Tus pies se resbalan.
Crugir de huesos bajo la almohada.
Silencio.
Mis hombros son anzuelos
que pescan tus besos
y te alzas al vuelo.
Conquistas mi cuello
y llevas tus manos
a mi cabello.
Rizado u ondulado.
Limpio o grasiento.
Ya no me acuerdo.
Das vueltas y me mareo.
Y te topas con mis ojos y te paras.
Párpados que chillan entre los barrotes
de las pestañas
y buscan con brújula de amanecer
un sol en tus mejillas.
Empieza el vals
con tu nariz en mi frente,
que se hondea al son de mis tambores
y reza
para que el ritmo no cese.
Y es entonces
cuando labios se desesperan
y se enervan
y se manifiestan contra todos los mortales
por conseguir un beso
sin ataduras
ni más anclas
que las que pueda poner
entre nosotros
el desenfreno.
Sucede.
La piel se eriza
y las mariposas aprietan sus uñas
contra nuestros descosidos corazones.
Ahora
un beso
arranca
las capas
que nos hundían
en el vértigo.
Ahora
ya no somos
dunas
de barro.
Ahora somos
y seremos
hasta que el existir
se nos agote.

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