jueves, 22 de agosto de 2013

Salvación que mendiga

¡Quiero salvarte!,
gritó el loco desde su nube de remolinos
que lo perdían en bucles de ron.
Mirada perdida
y pupilas como canicas que se chocaban
con las paredes.
Barbas de lianas
por donde cruzaban en volandas
los vientos de todas las estaciones.
Cabellos que se encontraban
a mitad del olvido
en mechones sueltos
entre su gorra de cal y arena.
Un cuerpo de interrogación
que aún no había encontrado las respuestas
ni las preguntas.
Unas manos que han agarrado navajazos
de ausencias
entre barrotes de su cárcel interior.
Hogar y cama
en cartones empapados de saliva
y orina
que amenazaban con inundar
su refugio
del mundo capitalista.
Y pies
que descalzaban las andadas
y revestían de mugre
las pesadillas que pisoteaba
en los charcos de agua infectada y sangre.
No potable eran sus labios
finos y cortados
como las jeringuillas que guardaba
cual tesoros plateados
en sus bolsillos agujereados
a balazos.
Y, sin embargo,
exclamó
¡Quiero salvarte!
mientras subía y subía
en el cielo
sin ángeles
ni barcos de papel
ni sonrisas aladas.
¡Quiero salvarte!
¿De qué?, me pregunté.
De la vida, contestó él.
Y se fue bebiendo a sorbos su existencia
desapareciendo entre las masas de gentes
que ni siquiera
lo veían.

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