jueves, 15 de agosto de 2013

Meses bajo hielo.

Llegó un noviembre
cuando las hojas cubrían
ojos y frentes,
desentrañando esperanzas ocultas
y sueños sacados antes de tiempo
del microondas.
Llegó para quedarse
y el chocolate ya no supo tan amargo.
Entre las mantas
sofocamos copos de nieve
que se encendían en llamaradas
y se apagaban en suspiros.
En diciembre
el abrigo ya no hizo falta
pues tus manos en mi espalda
la protegían de las noches eternas.
Pero entonces entró enero
por la puerta principal
y los pasillos quedaron cubiertos
de confeti gris
y regalos equivocados de destinatario.
Los Reyes Magos dejaron soledad bajo el árbol
y el 14 de febrero
no fue una marca roja en el calendario,
sino el día oficial
en el que nos miramos
por vez primera
con ojos desconocidos.
La cama ya no era,
las sábanas escocían
y el frío no quiso abandonarnos.
Marzo intentó calentar nuestras manos
para que huyeran de los guantes,
quedando desnudas de apariencias
y desprotegidas de miedos,
dejando paso al aire que corría veloz
entre nuestros cuerpos.
Las lluvias de abril
enturbiaron y ahogaron
los reductos de un todo
que amenazaba con la nada.
Y así fue como un mayo
te perdiste entre las olas
de aquella playa
en la cual
las gaviotas volaban bajo
para ser testigos
del crujir de nuestros salados labios.

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