viernes, 2 de agosto de 2013

Junto al insomnio de los peces

Como un loco que intenta desenredar amaneceres,
le cogió el truco a aquello de los besos en cada esquina.
Extasiado por un París personal,
vaga por la ciudad en busca de promesas sin préstamos a pagar.
Sin blanca en el alma
y rodando por bares,
pasea sus cansados pies por aceras ajenas
a sus sentimientos.
Un vagundo de corazón,
un desahuciado de caricias,
que mendiga y se arrodilla por sentir calor en su piel.
Abrasador el frío que trepa,
insaciable,
por su entrepierna,
colmándolo de cicatrices a su paso y,
abrumado por el estupor de la sacudida,
pide una tregua que no le es concedida.
Rastro imborrable de dedos en sus párpados,
intenta huir corriendo y nadando,
pero por el filo de su subconsciente asoma,
inerte ya,
su pasado.

Era un verano verde esperanza,
el tango gobernaba
y las suelas de sus zapatos se desgastaban
con el roce de muslos y lenguas.
Ahora,
abocado a la falta de cordura,
piensa:
¿es esto la vida?
¿un ir y venir por calles sin salida?
¿un vaivén de olas que chocan
y se (cor)rompen
en rocas negras?
Sí.
O, al menos, lo aparenta.

La espuma atrapa su garganta,
borra sus sentidos.
Ciego de desesperanza se lanza al vacío.

Un alma solloza en el puente,
junto al insomnio de los peces.

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