viernes, 2 de agosto de 2013

Robando jamases y alargando siempres.

Esa brisa fresca que se esconde
entre las malas hierbas de nuestro corazón,
agazapada como un puma que observa a su presa,
a punto de lanzarse a la yugular.
Combustión interna que amenaza con calcinar
los escombros que nuestras cascadas de deseo
dejaron rodar por las escaleras.
Peldaño a peldaño las íbamos subiendo aquella noche,
¿recuerdas?
Tú y tu borrachera de besos que lamían mi cuello,
yo y mi nostalgia de romper los cristales,
contigo,
siempre contigo.
Juntos pintamos las estrellas del cielo,
haciéndolas descender por un desfiladero de curvas,
de caricias,
de sal entre los párpados
y miel en las bocas.
Noche que se encendió entre nosotros,
sellándonos con una explosión los cuerpos.
Los secretos se nos escapaban,
al igual que nuestras manos volaban,
chocando con paredes duras de carnes blandas.
Frunciendo el suelo y estrenando sábanas,
la Luna quedó asombrada.
Nunca aprovechamos un amanecer
tan bien como aquel día.
El violín de partida hizo vibrar sus cuerdas,
conmemorando el hálito que salió de nuestros pulmones.
Bajan por las escaleras,
rodando,
contorsionando,
gimiendo,
llorando,
las ganas que retuvimos entre nuestros pechos.
Se hace el frío y el silencio.
Otoño en la espalda y verano en los labios.
Una despedida más,
qué más dará,
si a fin de cuentas nos veremos
al cruzar la esquina
como de costumbre,
robando jamases y alargando siempres.

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