He oído hablar de momentos en la playa
que se quedan grabados en la mente
de tal forma que
hasta el olor deja huella en la piel,
imborrable.
Me han contado que
hay noches de luna llena
en las que las miradas iluminan vidas,
como las luces de neón
hacen brillar avenidas melancólicas.
Rumorean que hay hoteles
en ciudades que nunca duermen
porque no quieren descansar sus ojos
para no perderse los segundos de alegría
que se cuecen entre sus tripas.
Cuentan,
dicen,
narran,
explican.
Yo
escucho,
asimilo,
trago
y escupo.
Ver cómo las personas viven,
cómo pasan delante de los parques
(risueños, temblando, a flor de piel)
y se dirigen con ojos vendados a sitios
que no han conocido jamás sus pies,
sin planes previstos
ni prejucios,
ni excusas,
es como estar ante una ventana
con vistas a una pared desnuda,
únicamente hecha de bastos ladrillos.
Solo viven de la mejor manera que pueden,
asegurándose de que sus retinas capten,
guarden
y conserven
todos los mares por los que navegan,
todos los cielos que surcan.
Yo
me pregunto
cómo será vivir.
Yo
me pregunto
por qué no soy libre.
Entonces
me respondo tras mirar mi espalda
y caer en la cuenta
de que me cortaron las alas.
viernes, 9 de agosto de 2013
Alas podadas
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