lunes, 5 de agosto de 2013

Nos enseñaron

Nos enseñaron a creer
que existían imposibles.
Nos enseñaron a terminar cada frase
con un amén silencioso.
Aprendimos
a seguir los cauces
que ellos nos marcaron,
a callarnos,
a no interrumpir frases,
ni replicar.
Aprendimos a vivir
como lo hacen los esclavos,
con un ojo mirando a la rutina
y otro
vigilando el látigo.
Con miedo a equivocarnos,
nos quedamos de brazos cruzados
viendo pasar la vida bailar
con su sugerente contoneo
entre los brazos de la élite.
Y la cúspide nos devoró
y nos arrojo al vacío
tras escupirnos en las comisuras
de unos labios resecos
por falta de sueños.
Caímos al abismo
sin un paracaídas que detuviera el golpe,
porque los huesos rotos
de los sabuesos
no merecen el lujo
de las carnes rosadas
de los señores "de bien".
Señores "de bien"
que no aman al prójimo
tal y como aman
a sus maletines de verdes repletos.
Pero en el antiguo Egipto,
y tambaleándose,
la pirámide cedió,
y la estatua del faraón
perdió su nariz
como la perdieron sus ladrones.
Aunque en un siglo de tan pocas luces,
las narices no correrán
(de momento)
la misma suerte,
pues están aseguradas a un alto precio
e incluso
una sola vale más
que todas las cabezas juntas
de aquellos que las amortizan
con años de servidumbre
(pobremente remunerada).
Nos enseñaron,
también,
a poner el cuello recto y herguido,
para que nos pusieran las correas.
Aprendimos a mirar a un lado
cuando pasaban las carrozas
de oro macizo
y a no fijar la vista
en ojos ajenos.
Nos enseñaron a no ser ágiles
para perder siempre el maratón
hacia la dignidad.
Y nosotros nos dejamos llevar
por un torrente,
fuerte,
de agua corrupta.

De rodillas
la vida se contempla lejana
hasta que un valiente
decida aguantar en sus tobillos su peso,
y todos nos atrevamos a vivir de pie
y sin miedo.
Alcanzaremos un mañana
lleno de siempres,
repleto de justicia
e inexistente esclavitud,
que hasta ahora había estado difumiada
por pulgares gordos y redondos
llenos de escasa vergüenza.
Un día besaremos los labios
de un cielo
que estará a ras del suelo,
donde todos permaneceremos
con ojos espectantes
y un corazón de hierro.

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